miércoles, 11 de mayo de 2011

PARA QUE NO SE MARCHITE TU BELLEZA

(cuento entre paréntesis con dos lecturas)
Jorge Luis Oviedo

Lectura primera
Andrés Díaz, llevó a tal extremo la adoración por su esposa   (decenas de  extensas crónicas periodísticas, miles de fotografía ordenadas sin concierto y un par de libros dan fe su  belleza femenil. Una amplia colección de trofeos es también testimonio de sus triunfos en certámenes diversos. Novia del jardín de niños a los cuatro años, reina de la preparatoria a los cinco, novia de grado durante los seis años  de la escuela primaria, novia de toda su escuela en tres ocasiones, no lo fue más porque se necesitaba una sucesora, aunque la mayoría habría preferido tenerla como la novia perpetua; reina de la feria de su provincia natal en dos ocasiones y reina del corazón --y posiblemente reina de corazones de haber formado parte de la baraja-- de todos los hombres que llegaron a conocerla, en fin.  Madrina de cuanta organización logró aceptar su disposición para exhibirse en público en bellos trajes y dejarse querer, admirar, desear; pero con una virtud excepcional para mujeres de este tipo: un carácter especial que provocaba a la vez respeto y admiración a los hombres: enamorada fiel de su novio de toda la vida, y a quien, pese a lo inusual de esta época de libertades consumadas en todos los órdenes, se entregó virgen, una tarde de un septiembre lluvioso, en pleno aguacero,  en una hamaca que no resistió los embates y el desenfreno de la postergada pasión de aquella entrega  tan deseada, tan buscada, decenas de veces pospuesta, pero siempre fija en la mente, en el corazón, en la piel y hasta en los huesos de ambos. La sangre de la consumación se mezcló con la de las aguas que anegaban el patio donde se revolcaron, después que los asideros de la hamaca, no preparados para tales ímpetus,  cedieron, hasta quedar atrapados entre los cáñamos  sueltos, cuyas ceñiduras los marcaron para siempre, a Dulce María  en su muñeca izquierda, y a Andrés en la derecha, quien, por otra parte, la guardó, la hamaca, o más bien el enredo que quedó de ella,  en un baúl de fina caoba y cedro real heredado de su bisabuelo, como su único trofeo en las lides amorosas, pues no volvió jamás a tener otra mujer que   aquella que pocos años después --con la casa repleta de trofeos y diplomas con los títulos de reina de las flores, de los juegos, de la feria, de los ganaderos, de los agricultores, del Caribe, del festival veraniego de los arrecifes coralinos, incluido, por supuesto, el de Mis Universo y  un Doctorado Honoris Causa en Acción Social, por su reconocido y desinteresado apoyo a los niños de la calle, para quienes logró la construcción de varias guarderías, de una universidad que, según sus críticos, era inventada; y  no menos de 20 placas especiales otorgadas, por diversos alcaldes luego que regresaba triunfal del extranjero, incluida una concedida por el Jefe de Estado de aquel entonces en el que se le confería, al igual que la Virgen de Suyapa, el grado de “Capitana General de todos los Ejércitos”, muy criticado por cierto por la oposición del régimen y ridiculizado también por los caricaturistas de los diarios, y decenas de reconocimientos menores que no tenían sitio disponible en el salón de los trofeos, por lo que hubo necesidad  de irlos colocando en los lugares más imprevistos para estos menesteres, pero que eran los únicos que quedaban   vacantes en la casa, por eso cuando uno iba de visita los encontraba en la sala, en el comedor, en los pasillos, en los patios que bordeaban la construcción, incluso en el baño de visitas, no colocados en las paredes, que estaban repletas, sino colgados del techo como los globos que adornan los tiempos festivos, razón por la cual había siempre que andar evitándolos para no darles con la cabeza, como a menudo ocurría con los desprevenidos--  sería su esposa, luego de una ceremonia sencilla; no por ello pasó inadvertida para la prensa local, nacional y mundial que se dio cita a la salida del acto para retratar lo que algunos titularon después como el “epílogo de una reina de belleza”, otro decía “la reina de todos los corazones escoge rey”. Uno de sus pretendientes de toda la vida, me mostró más de 20 titulares distintos con los que fue dada a conocer la boda, por cierto, del novio no se dijo más que su edad, su nombre y una  línea sobre su condición socioeconómica,  a la que estuvieron invitados únicamente los familiares de ambos y que en total no sumaban las cincuenta personas; sin embargo cuando el auto que los llevaría lejos de la población a disfrutar de la luna, cuya miel habían comenzado a devorar desde hacía mucho, una multitud de curiosos se asomó a las calles y muchos arrojaron flores, globos, papelillos picados y tanta  cantidad de arroz que los pájaros, sobre todo,  las palomas de castilla,  tardaron una semana en comerse los granos. Aterrizaban en tal número a comer que los niños aprovecharon para divertirse con ellas correteándolas de una lado a otro o colocándose como estatuas para que descasaran cuando llenaban  sus buches y cansadas y pesadas les costaba alzar vuelo) que, para conservar su belleza intacta a lo largo de los años que debía durar el matrimonio, se sacó los ojos. Con ello cumplió también la promesa que le hiciera  el día que contrajeron matrimonio: no tener ojos para ninguna otra mujer.


SEGUNDA LECTURA

Andrés Díaz, llevó a tal extremo la adoración por su esposa que --para conservar su belleza intacta a lo largo de los años que debía durar el matrimonio-- se sacó los ojos. Con ello cumplió también la promesa que le hiciera  el día que contrajeron matrimonio: no tener ojos para ninguna otra mujer.

Diciembre de 1999