jueves, 16 de diciembre de 2010

LOS AMANTES


LIVIO RAMIREZ


LOS AMANTES
Descendientes del fuego
Los amantes son niños salvajes
Ferocísimos seres
Que no atacan a nadie
Descendientes del fuego
No miran
No tienen sentido de la distancia
Se precipitan en sí mismos:
De ceguera y fulgor están armados

viernes, 29 de octubre de 2010

Como mi general no hay dos: Glorificación irónica de G.A. M.


Ann Van Camp

Universidad de Gante, Bélgica

Resumen
Presentado en una jornada sobre "(Meta)ficción historiográfica", este artículo pretende mostrar que Como mi general no hay dos (1990) de Jorge Luis Oviedo no sólo ficcionaliza al personaje histórico Gustavo Álvarez Martínez mediante una sabrosa ironía, sino que también reflexiona de una manera bastante original sobre la historiografía. Después de ilustrar que la breve novela habla de Álvarez Martínez, aplicamos una teoría de Pere Ballart para identificar su aspecto irónico. Según Ballart, la ironía nace de un contraste que se puede manifestar en tres ámbitos: 1) dentro del texto, 2) entre el texto y su contexto de comunicación y 3) entre el texto y otros textos.
Esta ponencia fue leída en la XXI Jornada Aleph, dedicada a "(Meta)ficción historiográfica" y celebrada en Gante, el sábado 23 de febrero de 2002. Será publicada en Aleph número 17, enero de 2003, Bélgica.

Como mi general no hay dos (1990) del hondureño Jorge Luis Oviedo se ofrece como un monólogo de un cabo pobre que glorifica a su antiguo general, el mismo día en que éste fue asesinado. El cabo Antúnez condena rotundamente el asesinato e intenta rescatar la memoria de su general al ensalzarlo y al desmentir las acusaciones en contra suya, pero gracias a la tremenda ironía del relato, se consigue más bien lo contrario. A continuación, mostraremos no sólo cómo la novela recrea la figura y la doctrina de un personaje histórico, sino además por qué la calificamos de 'irónica' y de 'metaficcional'.
Como Gustavo Álvarez Martínez no hay dos
Aunque el cabo no nombra ni una sola vez a su general, resulta claro que Como mi general no hay dos habla de Gustavo Álvarez Martínez, jefe de las Fuerzas Armadas de Honduras de 1982 hasta 1984 y fiel ejecutor de la lucha anti-comunista impulsada por Ronald Reagan. Para empezar, el propio cabo nos ofrece varias claves para identificar a su general: abre y cierra la narración refiriéndose a su muerte; alude a su destitución, a su exilio en Miami y a su conversión religiosa; menciona una visita del Papa, sin duda la visita de Juan Pablo II a Honduras en marzo de 1983 cuando Álvarez todavía era Jefe de las Fuerzas Armadas; nombra a algunas personas desaparecidas por él; comenta no sólo el ascenso de Álvarez Martínez, sino también las condecoraciones que recibió de Ronald Reagan, de George Bush padre y del entonces presidente de Honduras, Roberto Suazo Córdova, y, por último, parafrasea el feroz anti-comunismo del general, supuestamente justificado por la Doctrina de la Seguridad Nacional.

Asimismo, el tercer epígrafe de la novela disipa cualquier duda, puesto que cita precisamente a Gustavo Álvarez Martínez. Se trata de un extracto del último testimonio que ofreció en una iglesia en Tegucigalpa el 24 de abril de 1989, un día antes de ser matado1. Convertido en un predicador religioso después de su destitución, el «hermano Tavo» (así lo apodan en Honduras) habla del cristianismo en términos claramente bélicos: identifica a un cristiano con un soldado y a la Iglesia con un éjercito. Esta consabida asociación de lo religioso con lo militar vuelve a lo largo de todo el discurso del cabo y no es nada inocente: pretende mostrar que el poder militar domina todos los sectores de la vida social y que se apoya en la religión para justificar la dura represión del presunto 'peligro rojo'. Además, hubiera sido con la ayuda del Señor con la que Álvarez logró erigirse en 'pacificador' del país al combatir las fuerzas de izquierda. Esta imagen benefactora de Álvarez Martínez, la intenta confirmar el elogio del cabo, pero contrasta fuertemente con la manera como lo presenta el autor implícito, ya que éste añade debajo del epígrafe: «Jefe de las FF.AA. de Honduras, período en que comenzaron a operar los Escuadrones de la muerte y desaparecen en el país 144 personas, supuestamente vinculados a la 'subversión' » (Oviedo, 1990: 22). Este retrato del general como represor no entra en la apología del cabo Antúnez sino para desacreditar las denuncias como «mentiras» (ibid.: 61) o «papadas» (ibid: 46) de los comunistas.

Voces contradictorias en los epígrafes

En los dos primeros epígrafes, respectivamente una cita de Juan Manuel de Rosas y otra de Jorge Ubico, encontramos una contradicción semejante. Si Rosas se hace pasar por un 'Ilustre Restaurador de las Leyes', cohonestando las futuras persecuciones sangrientas de los unitarios en nombre de Dios y la Patria2, el autor implícito lo llama un «dictador argentino» (Oviedo, 1990: 21). A la cita de Ubico3, que justificaría su falta de escrúpulos también en nombre de la Patria, el autor implícito añade que Ubico «dictó el destino de Guatemala desde 1931 hasta 1944» (Oviedo, 1990: 21, énfasis nuestro). El cuarto epígrafe, por último, constituye un «contrapunto irónico en la voz de Las Casas, en ese conocido episodio de un indígena que no quiere ir al cielo de los cristianos tras experimentar su crueldad» (Millares, 1997 : 31)4. Contrastando con las voces agresivas de Rosas, Ubico y Álvarez, este fragmento nos ofrece la visión de un cacique que lleva hasta el extremo su resistencia. Su respuesta al religioso español es sumamente irónica, puesto que pone de manfiesto la inmensa discrepancia que media entre la doctrina católica y la crueldad de los conquistadores supuestamente cristianos.

Ahora bien, como base de la expresión irónica, Pere Ballart indica precisamente un conflicto que nos invita a invertir el sentido literal de los enunciados (cf. Ballart, 1994: 325). De acuerdo con él, distinguiremos tres ámbitos donde se sitúan los contrastes que desencadenan la ironía: primero, dentro del texto, segundo, entre el texto y su contexto de comunicación y, tercero, entre el texto y otros textos (cf. ibid: 326-355). Por lo que se refiere a la ironía dentro del texto, los conflictos en los epígrafes cumplen la función esencial de marcar la intención irónica del autor implícito, que busca criticar disimulada, pero vehementemente la represión del pueblo hondureño a principios de los años ochenta. Ocultando cuidadosamente su presencia en el texto, el autor implícito ha puesto la narración en boca del cabo Antúnez, «un oscuro, anodino y vulgar personaje» (Cárdenas Amador, 1990 : 12), cuya «voz simple, ingenua y franca [...] inadvertidamente presenta al desnudo la ideología del poder» (Acevedo, 1993 : 6). Por muy escasa que fuera la educación del militar y por muy incondicionalmente que apoyara a su general, en su discurso abundan las figuras retóricas que contribuyen a un efecto irónico.

Un cabo sorprendentemente 'elocuente'

Primero, Antúnez recurre con frecuencia al eufemismo con objeto de mitigar algunos aspectos perjudiciales para la imagen de su general. Por ejemplo, aunque el 31 de marzo de 1984 Gustavo Álvarez Martínez fue depuesto por el comandante de la Fuerza Aérea Hondureña, el cabo representa esta destitución como una dimisión voluntaria, del mismo modo que en otras ocasiones expresa que el general « estaba retirado» (Oviedo, 1990: 60) o que «dejó la butaca de la jefatura de las Fuerzas Armadas» (Oviedo, 1990: 67):

él se fue para los Yunái, despuesito que terminó el mandato en las Fuerzas Armadas, fue como que en realidad hubiera sido el presidente del país, porque con cualquier problemita, a su casa iba a dar todo el mundo, pues resulta que mi general se la dió para los Yunái, a tomarse unas vacaciones (Oviedo, 1990: 28)

Este fragmento, al mismo tiempo, denuncia de manera velada que el general disponía del verdadero poder militar, político y económico, a pesar de que el civil Roberto Suazo Córdova desempeñaba el cargo de presidente.

Otra figura retórica que emplea el narrador es la lítote, a fin de afirmar con mayor fuerza lo que niega. Así, cuando el cabo dice de su general: «no es que él haya sido lo que se dice mujeriego mujeriego» (Oviedo, 1990: 78), entonces ya nadie duda de que el general sí acosaba a las mujeres.
Luego, el cabo también se empeña en desmentir la corrupción de la que fue acusado su general, pero sólo llega a probar su propia incapacidad para argumentar razonablemente. Así, refuta las inculpaciones de que el general «era un vendido a la compañía, la Estandard mentada» como «una sarta de mentiras así de grande», alegando simplemente: «me quemo las manos por mi general, sí señor, porque yo conozco rebién a su familia» (Oviedo, 1990: 38), como si esto demostrara algo. Después, añade que «ninguna necesidad tenía él de dejarse sobornar y recibir pisto de la Estandar [...] porque el pisto fue lo que siempre le sobró» (Oviedo, 1990: 40), sin darse cuenta de que lo último significa, quizá, que su general sí haya aceptado dinero de los gringos. Aun implica al lector en el asunto y, de pasada, termina por admitir la corrupción del general:
si a usted la gente, cuando está en su puesto, le envía sus regalitos, ya sea por quedar bien o porque de a deveras son amigos suyos, pues tampoco usted va a decir no, no me den nada, y le voy a decir otra cosa, mi general siempre se mereció más que los regalos y las donaciones y las becas para sus hijos y todas esas cosas (Oviedo, 1990: 41)
Esta cita ilustra, a la vez, que el cabo no deja de dirigirle la palabra al lector implícito. Unas veces, se propone crear un ambiente de confianza o aumentar su credibilidad («y aquí entre nos, para serle franco», Oviedo, 1990: 35), otras veces quiere mantener, estructurar o comentar la comunicación («para no hacerle largo el cuento, no vaya ser que se me duerma», Oviedo, 1990: 35). Pero para volver a la corrupción, el cabo revela también que él, a su vez, recibió unos regalos de su general5. Visto así, ¿qué queda de su credibilidad en cuanto defensor del general?
Además de eufemismos, lítotes y argumentaciones distorsionadas (reductiones ad absurdum ), encontramos en el relato una verdadera exuberancia verbal. El cabo goza haciendo uso abundante de la repetición, la enumeración, el hipérbole y términos grandilocuentes. Por ejemplo, escúchenlo destacar la piedad y el patriotismo de su general: «él era bautizado, confesado, comulgado, muy católico, apostólico y romano, y, por supuesto, hondureño de pura cepa como no habrá otro» (Oviedo, 1990: 23). Inútil indicar que tanta palabrería vacía el mensaje. Sobre todo cuando Antúnez invoca la autoridad de su general, del Papa o de los presidentes norteamericanos, se enreda con sus conceptos solemnes, descubriendo así la discrepancia entre los poderes hegemónicos y las capas populares a las que pertenece en cuanto militar pobre. En efecto, por muy dócilmente que sirviera a su general, el cabo no entiende en absoluto los fundamentos de su ideología. De acuerdo con la Doctrina de la Seguridad Nacional, Gustavo Álvarez Martínez se basaba en conceptos demagógicos como Dios, la Patria y la protección de la soberanía nacional contra 'el enemigo' para impulsar la represión de toda persona que oliera a comunista, no sólo en Honduras, sino también en los países vecinos Nicaragua y El Salvador6. Si bien el cabo apoya vehementemente la persecución de los «ñángaras» (o sea, los izquierdistas), tergiversa totalmente el discurso político de su general, puesto que el término 'soberanía' no le inspira sino el recuerdo de sus amoríos con una muchacha llamada Soberanía:
los ñángaras siempre han querido hacer de Honduras otra Cuba y otra Nicaragua, decía mi general y no sólo él, hay montones de gente que opinan lo mismo, pero para eso estaba él, [...] gran defensor de la soberanía [...], ahora yo, para serle franco, no tengo muy claro eso de la soberanía, pero eso sí, es un nombre que me gusta mucho pronunciar porque yo tuve una novia que así se llamaba, Soberanía Martínez, [...] , una vez le dí una rebanada pijuda en la cocina de su casa, doña Petrona casi nos encuentra, lástima que nunca pudimos hacer travesuras, Soberanía, Soberanía, que rico cheto tenías [...], pero ya en lo que se refiere a la soberanía nacional, mi general era el defensor (Oviedo, 1990: 56)
Como indica Pere Ballart, el paso repentino de un concepto abstracto y serio a unas escenas prosaicas y burlescas, constituye un anticlímax total: de golpe, el lector se ve bajado a ras de tierra (Ballart, 1994: 339). Hablando de la patria, procede del miso modo. Empieza por admitir que le da igual, puesto que ni entiende el concepto, si bien nunca lo admitiría frente a sus jefes7. Después, se interroga sobre el sentido de 'la patria'. ¿Será la madre del soldado, como le inculcan los oficiales? No, porque «como dice la canción, madre sólo hay una» (Oviedo, 1990: 71) y la patria tampoco es nada concreto. ¿Tal vez sea como Dios? Sí, está «en ninguna parte [...] y en todas también, como Dios, como esas chuladas de chetos [...] de veme y no me toqués» (Oviedo, 1990: 72). Esta combinación de campos semánticos totalmente disonantes entre sí, mina el discurso del poder. Con razón, Selena Millares destaca que en Como mi general no hay dos « un saludable humorismo contribuye a ese exorcismo de los grandes poderes, ya políticos [...] ya religiosos [...] » (Millares, 1997 : 31). Efectivamente, ni el Papa se escapa de la burla. Después de convertirlo en cómplice de las persecuciones al no citarlo literalmente y de glorificarlo tanto que llega a ridiculizarlo, el cabo Antúnez confiesa que quisiera robarle la « mina de oro » (Oviedo, 1990: 31) que lleva encima. Sin embargo, al igual que el alazon, la típica figura fanfarrona de la comedia griega antigua, se desenmascara como un falso valiente8.

Escuchemos cómo el cabo cuenta la visita del Papa (aun suprimidas varias digresiones, el relato sigue siendo largo, pero en nuestra modesta opinión vale la pena):

mi general le preguntó al Papa, si era pecado matar comunistas [...], y sabe que fue lo bueno, el Papa le contestó que no, al contrario, le dijo el viejito del Papa, son el anticristo, eliminarlos es como darle jabón al diablo, claro, no se lo dijo con esas palabras, pero es igual, y el Papa tiene por qué saberlo, es el mero mero de Dios aquí en la tierra, nada menos que su representativo principal, si dicen que cuando a un cura lo hacen Papa, inmediatamente deja de ser mundano como uno [...] y se le forma una corona de luz alrededor de la cabeza, como a los santos, [...] aurora o aureola como que le dicen a la tal corona, aunque yo, le soy sincero, no se la ví, seguramente por el solazo de ese día [...] ahora, eso sí, las costuras de la sotana, sí brillaban, usted no se las vio, por casualidad [...] pues yo sí me acuerdo y sabe por qué le brillaban, porque las sotanas las costuran con hilos de oro [...] bueno, si el tal Papa se echa una mina de oro en el cuerpo [...] yo creo que muchas veces, más lo quieren matar por eso [...] póngase a pensar en la cantidad de oro que cargará el tal Papa, a cualquiera le entran ganas de meterle un cachimbazo y dejarlo sólo en calzoncillos, si es que los calzoncillos no son también de oro, porque sino en traje de Adán, jodido, lo malo es que darle volantín a un Papa es medio verguiado, es como perder todo chance de entrar al cielo [...], vale que yo esas cosas aunque las pienso no agarro valor de hacerlas, imagínese, lo que es vivir uno en la pobreza y de ignoranto (Oviedo, 1990: 29-32)

Resulta imposible tomar en serio este episodio, aunque revela algunos aspectos profundamente trágicos de la realidad.

Mentira, verdad ... verdad, mentira

Pasemos ahora a averiguar si la ironía también se manifiesta en el segundo ámbito demarcado por Pere Ballart, el espacio donde el texto entra en conflicto con su contexto comunicativo (Ballart, 1994 : 348-352). De hecho, al indicar que el cabo a menudo le dirige la palabra al lector ímplicito para comentar su acto de comunicación, ya hemos ilustrado este tipo de ironía. Aunque Ballart no designa esta clase de ironía (según él, mal llamada 'romántica') con el término de 'metaficción', se refiere básicamente al procedimiento metaficcional, que consiste en la reflexión del texto sobre sí mismo en cuanto proceso comunicativo o artificio literario. Dado que la novela de Jorge Luis Oviedo versa sobre un personaje histórico, cabe averiguar si aun reflexiona sobre la historia y la escritura. Así, llegamos por fin a la pregunta de saber si la novela también contiene metaficción historiográfica. A primera vista, uno supondría que no, simplemente porque no abarca las instancias narrativas que suelen reflexionar sobre la historiografía, es decir un narrador omnisciente o algún personaje que ejerza la escritura. En su estudio sobre el mito y la ironía en novelas históricas contemporáneas de América Latina, Christophe Singler hasta sugiere que la metaficción no puede realizarse sino por el estallido del marco narrativo (Singler, 1993: 30). En efecto, gran número de novelas metaficcionales implican al personaje del escritor-intelectual en la narración. Como mi general no hay dos, en cambio, pone en escena a una figura completamente opuesta: un cabo ignorante que apenas domina el lenguaje oral, y ni hablemos del lenguaje escrito. No obstante, la falta de cultura del cabo Antúnez no le impide «cuestionar la historia y la escritura dentro del marco de su narración» (Pulgarín, 1995 : 191), fuese desde una perspectiva reaccionaria o de manera completamente incoherente. Sin darse cuenta, revela cómo la historiografía es inseparable de quienes están en el poder.

Para empezar, algunas divagaciones suyas ponen de manifiesto la animadversión que siente el general en contra de la prensa, guardiana de los derechos humanos:

los periodistas parecen moscas alrededor de la mierda, más tarda en hacerse un operativo de limpieza cuando aparecen ellos, y lo que es peor, inventando las papadas, cambiando las declaraciones que dan los oficiales, y eso, sólo sirve, como usted muy bien lo sabe, para el desprestigio del país en el extranjero (Oviedo, 1990: 46)

Desmonta la objetividad de los periodistas, porque sólo darían a conocer el punto de vista de los que atentan contra la seguridad del Estado. De ahí que el general tuviera toda la razón en reprimirlos (noten el eufemismo al final de la cita):

a los periodistas parece que los pagaran los comunistas, jamás hablan en bien del ejército y la policía, solamente pestes y pestes, jamás comentan sobre el peligro que corremos, sobre todo, los soldados, cuando estamos de servicio, por eso mi general no los trataba muy amablemente que se diga (Oviedo, 1990: 47)

Asimismo, el cabo deja caer que si le hacen elogios a su general o propagan su ideología, desde luego, sí se congracian con él:

una vez también lo [= su general] compararon, otro periodista de los que sí saben reconocer los valores nacionales y que tienen ideas democráticas, con Morazán y Lempira a la vez, dijo el tal periodista, hoy es vocero de la casa presidencial o algo así, [...] que mi general estaba hecho de la mitad de Lempira y la otra mitad de Morazán, que en su pecho se anidaba la valentía y el arrojo del gran cacique lenca y, en su pensamiento, el espíritu clarividente y estratégico del paladín de la unión centroamericana (Oviedo, 1990: 57)

Este fragmento, al mismo tiempo, muestra cómo los partidarios de Gustavo Álvarez Martínez lo identifican con los héroes nacionales Lempira y Morazán, para integrarlos en su proyecto político. Recordemos que Lempira fue el cacique de la etnia lenca que, entre 1537 y 1538, dirigió una gran rebelión en contra de los conquistadores. Después de haber combatido durante seis meses contra las tropas españoles capitaneadas por Alonso de Cáceres en la provincia de Cerquín, falleció en su defensa de la soberanía territorial. Sobre la muerte del héroe indígena existen dos versiones: la del historiador español Antonio de Herrera que data de inicios del siglo XVII9, por un lado, y la más reciente del historiador hondureño Martínez Castillo, por el otro. El cabo Antúnez rechaza rotundamente la segunda versión, sin duda porque restaría valor al heroismo del cacique invencible:

los comunistas [...] son tan cabrones para inventar mentiras que ahora andan diciendo que el tal coronel Lempira, imagínese usted, como si ellos hubieran vivido en aquel tiempo, no murió a traición como de veras ocurrió y está comprobado de sobra, sino que al indio cacique este lo mató en una lucha verga a verga un tal Rodrigo Ruiz (Oviedo, 1990: 61)

Como es de esperar, cualquier afirmación que no le agrade es calificada como una mentira de los comunistas. Además, por una parte pone en entredicho la capacidad de conocer el pasado no experimentado, pero por otra parte acepta incondicionalmente la versión de Antonio de Herrera, aunque fue español y que relató la muerte de Lempira casi un siglo después de que ocurrió. Según Antonio de Herrera, el Capitán español hubiera recurrido a la traición para derrotar a Lempira, al mandar que un soldado matase a Lempira con un arcabuzazo mientras otro lo distraía con supuestas negociaciones de paz (cf. VV.AA., 1989: 107-111 y 127-136). Basándose en esta crónica, los intelectuales hondureños de finales del siglo XIX y del inicio del siglo XX se esforzaron por convertir al cacique indígena en un primer héroe patriótico, defensor de la libertad nacional (Ans, 1997: 59). Sin embargo, en 1987, un historiador hondureño descubrió en los archivos de Sevilla una probanza de méritos, que atestigua que el soldado Rodrigo Ruiz «en lucha cuerpo a cuerpo dio muerte al indomable jefe autóctono» (VV.AA., 1989 : 129), no con un tiro disparado a traición (cf. Ans, 1997: 59). Como se indica en la Enciclopedia Histórica de Honduras, ambas versiones podrían complementarse : quizá, fuese Rodrigo Ruiz quien mató a Lempira a traición, pero decidió contarlo con más bravura a fin de que la Corona reconociera sus servicios como conquistador. Evidentemente, para la exaltación del héroe indígena supuestamente invencible, resulta más conveniente la primera versión.

Luego, es significativo que el cabo Antúnez retrate a Lempira únicamente como gran combatiente, comparándolo de manera absurda con El Santo (« El Enmascarado de Plata »), un legendario campeón de lucha libre mexicano, al mismo tiempo que actor de pacotilla. En cambio, Antúnez silencia completamente que Lempira rechazó cualquier arreglo con el agresor extranjero y que concluyó la paz con las tribus vecinas para hacerle frente al enemigo común. Aunque cada año se celebra al héroe indígena con manifestaciones oficiales y con actos cívicos escolares, el gobierno de Roberto Suazo Córdova, o mejor dicho, el de Gustavo Álvarez Martínez, no adoptó en absoluto la posición independentista y unitaria que propugnó Lempira. Al contrario, no sólo se sometieron por completo a los dictámenes de Estados Unidos para administrar la política, la economía y el ejército del estado hondureño, sino que también provocaron discordias con los países vecinos al combatir el Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN) en El Salvador y el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) en Nicaragua.

En lo que concierne a la comparación con Morazán, observamos el mismo procedimiento. Al cabo no le parece importar que Morazán haya luchado por una república centroamericana libre y unida; sólo le interesan sus proezas militares y su estatua, símbolo típico de la gloria inmortal. Sin embargo, la estatua tampoco resulta libre de polémica:

ya ve como son los comunistas, dicen que Morazán el de la peatonal es otro y no él, como les gusta inventar mentiras a los cabrones, que es un tal mariscal Ney que fue ayudante de Bonaparte, puras mentiras para confundir a la gente ignorante (Oviedo, 1990: 52)

Lo que el cabo desacredita como unas mentiras de los comunistas «cabrones», lo mencionó Gabriel García Márquez en su discurso de aceptación del Premio Nobel para demostrar que en América Latina y el Caribe, la realidad excede a la imaginación: «El momumento al general Francisco Morazán, erigido en la plaza mayor de Tegucigalpa, es en realidad una estatua del mariscal Ney comprada en un depósito de esculturas usadas» (García Márquez, 1999: 47). Después, Como mi general no hay dos sigue con una metáfora sumamente reveladora, que denuncia indirectamente los métodos radicales del general para aniquilar a cualquier criatura que se atreva a manchar la imagen de una figura consagrada:

en cambio, mi general, por el respeto que guarda a la memoria de Morazán, [...] quería volarse los árboles del parque y las palomas de la catedral, pues los condenados pájaros se cagan sin más en la estatua, pero no tuvo éxito con esa idea, porque los de ecología y los periodistas y todo mundo se puso en contra, y la verdad es que de todos modos los pájaros no saben de esas cosas (Oviedo, 1990: 52-53)

Antes de concluir, nos queda por mencionar el tercer grupo de ironía que distingue Pere Ballart, a saber la que se origina en el contraste entre el texto y otros textos. Dado que este tipo de ironía se realiza mediante la intertextualidad y la parodia y que estudiar estas estrategias nos llevaría demasiado lejos, nos limitamos a señalar que cabría investigar el diálogo de Como mi general no hay dos con la tradición literaria de la novela del dictador, incluyendo La gloria del muerto (1987) del mismo Jorge Luis Oviedo. Por otra parte, también nos parece interesante confrontar el texto con el género testimonial, para ver hasta qué punto lo parodia. Es bien sabido que las parodias surgen cuando un género se agota y eso es lo que está pasando con el género testimonial en la época posrevolucionaria, después de su auge en Centroamérica a inicios de los ochenta.

De todo lo expuesto, podemos concluir que Como mi general no hay dos constituye un caso muy interesante, no sólo de ficción, sino además de meta ficción historiográfica. Parece hablar en favor de Gustavo Álvarez Martínez, pero mediante una sabrosa ironía, la narración disimuladamente pone de manifiesto cómo éste hundió al pueblo hondureño (y a sus pueblos hermanos) en la violencia y la miseria, apoyado tanto por los entonces presidentes de EEUU como por parte de la Iglesia católica y justificándolo todo con la Doctrina de la Seguridad Nacional. Luego, resulta muy original que la metaficción se realice mediante la puesta en escena de un simple cabo. Sus múltiples acusaciones en contra de los periodistas o de los comunistas «mentirosos» revelan cuánto la ideología influye en la percepción de la verdad. Las referencias a Lempira y a Morazán, en particular, pretenden mostrar cómo la historiografía nacional se apropia de los héroes nacionales, para que sirvan, legítimamente o no, sus propósitos políticos. .


©Ann Van Camp


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Notas
vuelve 1. Véase "El último testimonio de Álvarez Martínez", en: El Heraldo, 26 de enero de 1989, p. 52, citado en Funes H., 1995 : 345-346.

vuelve 2. El epígrafe constituye un fragmento de la proclama que dirigió Rosas al pueblo argentino el 13 de abril de 1835 al recibir por segunda vez el mando de Gobernador de Buenos Aires, un cargo que aceptó con la condición de que le fuera conferida la Suma del Poder público. Para la proclama entera, véase Irazusta, 1943: 18-19.

vuelve 3. Desgraciadamente, no hemos podido identificar la fuente.

vuelve 4. Fuente del epígrafe: Casas, 1999: 91.

vuelve 5. De ahí su comentario: "yo cómo no voy a ser agradecido con mi general, si casi hasta un papá era para mi" (Oviedo, 1990: 41, énfasis nuestro). Noten que incluso una palabra tan anodina como "casi" puede bastar para suscitar un efecto irónico.

vuelve 6. Para más información al respecto, véase: Salomón, 1987; Oseguera de Ochoa, 1987; VV.AA., 1990 e Isaula, 1988.

vuelve 7. cf. «sinceramente, le voy a decir, yo a la patria me la paso por las bolas, me vale verga, principiando porque no tengo una idea muy clarificada, me pasa lo mismo que con la soberanía, por más vueltas y vueltas que le he dado a mi mentalidad, [...] nada, solamente un enredo, una tremenda pelotera se me arma allá adentro» (Oviedo, 1990: 70).

vuelve 8. Tradicionalmente, el alazon, el necio real, se opone al eiron, el necio fingido, que, escondiendo su juego, sale con la suya. En Como mi general no hay dos, en cambio, el autor implícito juzga suficiente no poner en escena sino al alazon y "dejar que él mismo se desacredite" (Ballart, 1994: 336).

vuelve 9. Véase la Historia General de los hechos de los castellanos en las islas y tierra firme del mar océano (1626) de Antonio de Herrera..


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Obras citadas
 

Arriba

Acevedo, Ramón Luis, 1993: « La novela centroamericana en la década del ochenta : consolidación e internacionalización », en: Acevedo, Ramón Luis / Alverio, Carmen S. (comp.), Exégesis: La narrativa centroamericana contemporánea (número monográfico), 7:19 (1993): 2-9, Humacao, Puerto Rico.
Ans, André-Marcel d', 1997: Le Honduras: difficile émergence d' une nation, d' un État. Paris: Éditions Karthala.
Ballart, Pere, 1994: Eironeia. La figuración irónica en el discurso literario moderno. Barcelona: Quaderns Crema.
Cárdenas Amador, Galel, 1990, "Prólogo: Realidad y Ficción en Como mi general no hay dos", en: Oviedo, Jorge Luis, 1990: Como mi general no hay dos. Tegucigalpa: Editores Unidos, 7-17.
Casas, Bartolomé de las, 1999: Brevísima relación de la destruición de las Indias, ed. por Consuelo Varela. Madrid: Editorial Castalia.
Funes H., Matías, 1995: Los deliberantes : el poder militar en Honduras. Tegucigalpa: Editorial Guaymuras.
García Márquez, Gabriel, 1999: "La soledad de América Latina", en: Anthropos, 187 (noviembre-diciembre 1999).
Irazusta, Julio, 1943: Vida política de Juan Manuel de Rosas: a través de su correspondencia, Tomo II: 1835-1840. Buenos Aires: Editorial Albatros.
Isaula, Roger, 1988: Honduras : crisis e incertidumbre nacional (hacia un análisis de Coyuntura 1986-87). Tegucigalpa: Editores Unidos.
Millares, Selena, 1997: La maldición de Scheherazade. Actualidad de las letras centroamericanas (1980-1995). Roma: Bulzoni.
Oseguera de Ochoa, Margarita, 1987: Honduras hoy: sociedad y crisis política. Tegucigalpa: CEDOH.
Oviedo, Jorge Luis, 1990: Como mi general no hay dos. Tegucigalpa: Editores Unidos.
Salomón, Leticia, 1987: Política y militares en Honduras. Tegucigalpa: Centro de Documentacion de Honduras (CEDOH) / Managua : Coordinadora Regional de Investigaciones Economicas y Sociales (CRIES).
VV.AA., 1989: Enciclopedia Histórica de Honduras, tomo 2 : «Período colonial», 2a ed. Tegucigalpa: Graficentro Editores.
VV.AA., 1990, 2a ed. (1a ed.: 1986): Honduras : Realidad Nacional y Crisis Regional. Tegucigalpa: CEDOH.



viernes, 22 de octubre de 2010

BIOGRAFIAS MINIMAS DE ESCRITORES HONDUREÑOS


BARRERA, CLAUDIO (1912-1917). Seudónimo de Vicente Alemán h.  En el año1949 fundó la revista literaria Surco; además  fue  responsable de la página literaria del desaparecido diario El Cronista. Para algunos estudiosos de nuestra literatura es el mayor representante de la  Generación del 35.  En 1954 se le concedió el Premio Nacional de Literatura “Ramón Rosa”.  Murió en Madrid España.
Obra publicada: La pregunta infinita (1939), Brotes hondos (1942), Cantos democráticos al General Morazán (1944), fechas de sangre (1946), La liturgia del sueño (1949) Recuento de la imagen (1951); El ballet de las guaras (1952); La estrella y la cruz (1953); Poesía completa (1956); La cosecha  (1957); Pregones de Tegucigalpa (1961); Poemas (1969); Hojas de otoño (1969); Poemario 14 de julio (1969); Canciones para un niño de seis años (Póstuma, 1972).  La niña de Fuenterrosa (Teatro, 1952). Y las antalogías:  Antalogía de poetas jóvenes de Honduras, desde 1935 (1950); Poesía negra de Honduras (1960); Mensajes de amor a las madres (en colaboración con Julio Rodríguez Ayestas, 1963).

CÁRCAMO, JACOBO (1916-1959).  Poeta y periodista.  Fue colaborador de diario El Cronista y de las revistas Tegucigalpa y ANC (Asociación Nacional de Cronistas).  En México, país donde vivió hasta el día de su muerte, colaboró con los diarios Nacional y El Popular.  Fue uno de los poetas más destacados de la llamada Generación del 35.  En 1955 se le concedió el Premio Nacional de Literatura “Ramón Rosa”.
Obra Publicada: Flores del alma (1935); Brasas azules (1938); Laurel de Anahuac ; Pino y sangre (1955); Preludio continental (Antología póstuma, 1977); Antología (Edición póstuma, 1982).

            COELLO, AUGUSTO C. (1884-1941).  Poeta y periodista.  Realizó estudios de derecho y, en 1904 fue electo diputado a la Asamblea Nacional Constituyente.  Ocupó los cargos de secretario de la Presidencia y ministro de Relaciones Exteriores.  Por razones políticas se traslado a Costa Rica, donde ejerció el periodismo en La República, la Prensa Libre, El Pabellón Rojo y La Opinión.  En Honduras colaboró en los periódicos La Regeneración, El Imparcial, Pro Patria y Marcha.  Es el autor de la letra del Himno Nacional de Honduras.
OBRA: Poesía:  Canto a la bandera (1934); Un soneto me manda a hacer violante (1941); Sonetos (Edición póstuma, 1944).  Prosas (1943).

            DOMÍNGUEZ, JOSÉ ANTONIO (1864-1903).  Poeta.  Realizó estudios de Magisterio y de Derecho.  Fue subsecretario de Estado en los despachos de Instrucción Pública y de Justicia.  Es, sin duda, el máximo exponente del romanticismo nacional. Perteneció, junto con Froylán Turcios y Juan Ramón Molina, a la Sociedad Literaria “La Juventud Hondureña”. Al igual que el otro poeta romántico de importancia, Molina Vigil, se suicidó. Fue un poeta de hondas preocupaciones sociales, políticas y filosóficas. En su extenso poema “Himno a la materia” expresa su visión del mundo y de la vida. Su obra también ha sido compilada por diversos autores y los estudiosos de la literatura nacional coinciden en señalarlo como el mas notable de los poetas románticos hondureños.

FONTANA, JAIME (Víctor Eugenio Castañeda) nació el 13 de abril de 1922 en Tutule, La Paz y murió en Tegucigalpa en1972.
En 1943 obtuvo el Primer Premio en el Concurso Cientí­fico Morazánico con su libro de ensayo el "Cuasi-Contrato Social" y en 1947 el Primer Premio en el Concurso Poético promovido por la Universidad de Honduras con motivo de su Centenario. En 1951 en la Argentina le fue concedido el Premio de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores por su libro "Color Naval" y en 1962 obtuvo el Premio "Asteriscos" de Junín, Argentina. Vuelto a la Patria en 1964 ganó el Gran Premio Rotario. Fue Presidente del PEN Club Internacional, Sección de Honduras.  Ejerció la diplomacia en la Argentina, en México; Ecuador y ante la UNESCO, en Paris.
Libros publicados: "Color Naval" en  Buenos Aires, Argentina, 1951.
GUILLÉN ZELAYA, ALFONSO (1888-1947).  Poeta y periodista. Estudió Derecho en la Universidad Central de Honduras, hoy UNAH.  Su obra poética es menos conocida que sus escritos periodísticos y que sus ensayos.  Fue director de los periódicos capitalinos El Cronista y El Pueblo.  En Juticalpa, Olancho, de  donde era originario, dirigió el Tacoma, en 1911.  En 1933, al asumir la presidencia de la República Tiburcio Carías Andino, parte hacia México, donde colaboró con El Popular y Futuro.  También vivió en Nueva York, desempeñando un cargo diplomático; allí dirigió la revista Pan América Poetry. Murió en México.
OBRA:  El quinto silencio (Obra póstuma aparecida en la revista Ariel en 1972 y que fuera compilada por Medardo Mejía.  En 1993, la Editorial de la UNAH la volvería a publicar; Ansia eterna (Edición póstuma, 1960); Conciencia de una época ( colección de ensayos, 1996).
LAÍNEZ, DANIEL (1910-1959).  Poeta y narrador costumbrista.  También incursionó en la dramaturgia.  Fue miembro sobresaliente de la llamada Generación del 35.  Colaboró con las revistas Surco y  Tegucigalpa.  En 1956 se le concedió el Premio Nacional de Literatura “Ramón Rosa”.  Una característica de su obra es la incorporación del habla hondureña con sus particulares modismos regionales, especialmente  en sus cuentos y estampas locales. Publicó “Voces íntimas” (1935), “Cristales de Bohemia” (1937), “A los pies de Afrodita” (1939), “Islas de pájaros” (1940), “Rimas de humos y viento” (1945), “Misas rojas” (1946), “Poesía varias” (1946),  “Antología poética” (1959), “Poemas regionales” (1955), “Al calor del fogón” (1955), “Poemario (1956), “Sendas de sol” (1956), “Poemas para niños” (Edición póstuma, 1972). En teatro dio a conocer  “Timoteo se divierte” (1946) y “Un hombre de influencia” (1956). Publicó además “Estampas locales” (1946); Manicomio (editado por la UNAH en 1980), un texto de supuesta crítica literaria, que más bien parece de diatribas personales. A nivel de ficción dio a conocer el cuento:  “El grencho” (1946) y una novela corta :  “La gloria” (1946).

MEJIA, MEDARDO (1907-1981). Abogado de profesión. Cultivó  el drama, la poesía,  la historia, la narrativa  y ejerció además el periodismo y fue un gran animador cultural como Froilán Turcios, y, por otro lado, un notable polígrafo como Rafael Heliodoro Valle,  En 1930, con su libro Cuentos del camino, ganó el premio de cuento que organizó el ministerio de Instrucción  Pública.  En 1964, reinició la segunda etapa de la revista Ariel, que en 1925 comenzara a editar Froylán Turcios y Arturo Martínez Galindo.  En esta segunda etapa la revista dejó de publicarse en 1976.  En 1971 se le concedió el Premio Nacional de Literatura “Ramón Rosa”.  Fue un destacado miembro de la Academia Hondureña de la lengua y un intelectual respetado entre los sectores obreros, campesinos y profesionales del país. Entre sus obras cabe mencionar  Anathe (1975),  El fuego nuevo (1976),  Cuentos del camino (1930), Los diezmos de Olancho (La horcancina, Cinchonero y Medinón, 1976); Los chapetones (1977) y Comizahualt (1980). Compuso, además, una extensa obra sobra la historia de honduras que publicó la UNAH en cinco tomos; la misma destaca, tanto por la interpretación que de la vida nacional hace Medardo Mejía como por la abundancia de documentos que incluye en la misma.

MOLINA, JUAN RAMÓN (1875-1908).  Poeta ante todo, también ejerció el periodismo y cultivó con habilidad el cuento.  Abandonó sus estudios de Derecho para dedicarse de lleno a la literatura.  Cuando vivía en Guatemala, donde realizaba sus estudios, conoció a Rubén Darío y mantuvo con él fuertes lazos de amistad.  En este punto, es importante recordar que Molina es considerado, después de Darío, como el más grande poeta modernista de Centroamérica.
Al igual que otros de sus contemporáneos, En el ámbito periodístico se puede destacar la fundación de El Día, en 1904, y en 1906, en compañía de Augusto C. Coello, la revista literaria Espíritu.  Unos meses antes de morir fundó en El Salvador, con Julián López Pineda, la revista Ritos.  En 1906 participó con Turcios en la Conferencia Panamericana de Río de Janeiro, Brasil; a la que también asistió Rubén Darío; como resultado de esa experiencia escribió su  poema “Salutación a los Poetas Brasileros”,
La obra de Molina ha sido valorada favorablemente por escritores como  Miguel Ángel Asturias, Rubén Darío, Rafael Heliodoro Valle, Max Henríquez Ureña, Hugo Lindo, William Chaney y Enrique González Martínez, entre otros.

MOLINA VIGIL, MANUEL  (1853-1883).  Poeta.  Realizó estudios de Medicina en Guatemala, culminándolos en 1877.  A su regreso a Honduras, en 1880, ejerció su profesión en carácter privado y como catedrático de la Facultad de Medicina, de la Universidad Central.  Su época de escritor coincidió con la época de la  Reforma Liberal, debido a lo anterior, su nombre se incluye en la segunda generación de poetas hondureños o Generación de Joaquín Palma.  suicidó a la edad de 30 años.
Su obra ha sido compilada por varios antólogos; el primero de ellos fue Rómulo E. Durón, quien lo incluye en “Honduras Literaria” (1899).

MURILLO SOTO, CÉLEO (1912-1966).  Poeta, periodista y diplomático.  Se graduó de Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales en 1940 en la entonces Universidad Central de Honduras (hoy UNAH).  En  1956 se desempeñó como cónsul de Honduras  en Nueva Orleáns.  Durante varios períodos fue presidente de la APH   y en una de sus gestiones se construyó la Casa del periodista.  Colaboró con los periódicos La Época, Prenda Libre, El nacional, El Día, y con los semanarios La Nación, Nuestro Criterio y Avance.  La municipalidad de Tegucigalpa instituyó un premio anual de periodismo que lleva a su nombre.  Publicó:  Afán (1939) yen edición póstuma “Elegía de una canción ( 1966).

ORTEGA, RAMÓN (Comayagua, 1885-Tegucigalpa, 1932). Si hay que ubicarlo dentro de una tendencia literaria, debe decirse que Ortega es uno de los poetas hondureños que mejor asimila la fuerza arrolladora del modernismo y se encamina al postmodernismo, asido de una especial sensibilidad e imaginación, que da como resultado una poesía cargada de emotividad y ritmo, pero tejida con precisión de orfebre. Se le ha achacado erróneamente la autoría de un poema que, posiblemente, viene de la tradición oral ( Verdades Amargas), pero que desdice la calidad literaria del poeta.  Su obra está recogida es dos breves poemarios: “El amor errante” (1930) y “Flores de Peregrinación” (1940). Varios años antes de su muerte Ramón Ortega había sido víctima de la locura.

PAZ, MARTÍN (Trujillo, 1901- México D. F., 1950). Publicó dos colecciones de poemas “Iniciales” (1931) y Marinas(1931). Ambos en México. En el primero es notoria la influencia de Neruda, la cual supo asimilar, tal como lo demuestran los poemas de su segundo libro. Martín Paz es, con Jacobo Cárcamo, uno de los primeros poetas hondureños que rompe el influjo del postmodernismo y se afilia, estilísticamente hablando, a las tendencias de la vanguardia latinoamericana.

REYES, JOSÉ TRINIDAD (1797-1955).  Dramaturgo, poeta y educador. El Sacerdocio fue su principal ocupación y, sin duda alguna, los compromisos religiosos y su entusiasmo indeclinable fueron los alicientes para que destacara en las actividades ya mencionadas. No en vano se lo considera el padre de nuestra poesía, pues aunque no fue el primer hondureño que la cultivó, si es el primer autor nacional que consagró gran parte de su vida al cultivo y difusión de las letras.  Realizó estudios de bachillerato en Filosofía, Teología y Derecho Canónico en Nicaragua. Se lo reconoce también como el fundador de la Universidad Nacional (hoy UNAH), pues su Academia del Genio  Emprendedor y del Buen Gusto (1848) fue elevada posteriormente a Universidad.
Reyes se distinguió por su labor en pro de la educación y por sus obras de teatro religioso, conocidas como Pastorelas.  Se sabe que el Padre  Reyes escribió unas 16 pastorelas, pero hasta la fecha  sólo se conocen 9 de ellas:  Noemí, Nicol, Nectalia, Zelfa, Rubenia, Eliza, Albania y Olimpia.  Todas están escritas en verso y gozaron de gran difusión en su época. Se representaron en toda Centro América en las plazas y los atrios de las principales catedrales. En algunos pueblos aún hoy se representan durante la celebración de la Navidad. Rómulo E. Durón, fue el primer compilador de “Las pastorelas”, en 1905.

RIVAS, ANTONIO JOSE (Comayagua, 1924-1995) Profesor de matemática del nivel medio y superior, también hizo estudios de Derecho en la Universidad Nacional Autónoma de Honduras y en la Universidad Nacional de Nicaragua. En 1950 obtuvo la Flor Natural en los Juegos Florales de León, Nicaragua y el Segundo Premio en el Certamen de Poesía convocado por el Club Rotario de Tegucigalpa en 1964.Publicó en vida únicamente el poemario: "Mitad de mi Silencio" (1964 y reeditada en 1986) En 1996 se publicó “El agua de la víspera”, otro libro de poemas (que ya estaba listo cuando aconteció su muerte), en el cual reafirma la calidad de su poética. Rivas es una de las voces más exquisitas de la poesía hondureña del siglo XX y, sin duda, el que más importancia le dio a la metáfora en una período en que otros autores  cayeron en facilismo de la pancarta política.

            SUAREZ, CLEMENTINA (1906-1991).  Poeta.  Representa una de las voces más altas de la poesía hondureña contemporánea.  Viajera infatigable, rebelde de su tiempo, vivió en México, Cuba, Nueva York , Madrid  Guatemala y Mujer y Prisma.  “Clementina es la mujer más pintada del mundo”, escribió la poeta costarricense Carmen Naranjo, al referirse a los incontables retratos de la poetisa realizados por famosos pintores de Europa y América.  En 1970, se le otorgó el Premio Nacional de Literatura “Ramón Rosa”.  Murió trágicamente en 1994, una galería de arte con su nombre.
OBRA: Corazón sangrante (1930); De mis sábados, el último (1931); Iniciales (libro que contiene además, poemas de Lamberto Alemán, Martín  Paz y Emilio Cisneros, 1931); Los templos de fuego (1937); Engranajes (poemitas en prosa y verso, 1935); Veleros (1937); Creciendo con la hierba (1957); Canto a la encontrada patria y a su héroe (1958); El poeta y sus señales (Antología, 1969); Clementina Suárez (Selección de textos, comentarios y pinturas, 1969); Antología poética (1984); Con mis versos  saludo a las generaciones futuras (Antología, 1988).

SUASNAVAR, CONSTANTINO  (1912-1974).  Poeta y periodista.  Aunque nació en León, Nicaragua, escribió y murió en Honduras.  Colaboró con las revistas más importantes de su época:  Tegucigalpa, Surco y Honduras Literaria.  Dirigió el semanario Comizahualt, en 1939.  Su nombre se inscribe en la llamada Generación del 35.
OBRA:  Números (1936); poemas (1946); Poemas (1950); La Siguanabana y otros poemas (1952);  Poemas (1955); Perfil de frente (1960); Poemas (1961); Sonetos de Honduras (1965); Soneto a Coello y otros sonetos (1966); Cuarto a espadas (1966); Poemas (1971); Sonetos violentos (1972).

TURCIOS, FROYLAN (1875-1943).  Poeta, narrador, periodista y editor.  Fundó periódicos y revistas tanto en el exterior como en el interior del país.  Es, junto a Molina, el intelectual hondureño más importante de principios del siglo XX.  Entre las Revistas fundadas por él destacan:  El pensamiento (1894); Revista Nueva (1902); Arte y Letras (1903); Esfinge (1905); Ateneo de Honduras (1913) y  Ariel (1925); así como los periódicos:  El Tiempo (1904); El Domingo (1908); El Heraldo (1908); los anteriores en Guatemala; y  El Heraldo (1909); El Nuevo Tiempo (1911); Boletín de la Defensa Nacional (1924), en Honduras.  Murió en San José, Costa Rica.  Existen indicios racionales para creer que a su muerte dejó inédita la novela Annabel Lee, a la que J.R. Molina le escribió el prólogo.  Intelectual preocupado, como José del Valle, por el devenir de Hispanoamérica y particularmente de América Central, se opuso abiertamente al intervencionismo de los Estados Unidos en la región. Fue secretario de Augusto César Sandino, y contribuyó como pocos a difundir la lucha del nicaragüense por el mundo.  Recopiló la obra inédita que al morir dejara su entrañable amigo Juan Ramón Molina en “Tierras, mares y cielos”. Es, posiblemente el mayor animador cultural que ha dado el país y uno de los intelectuales  más enérgicos en la defensa de la soberanía nacional.
OBRA:  El vampiro (1910); El fantasma blanco (1911), Mariposas (1895); Renglones (1899); Hojas de otoño (1905); Tierra maternal (1911); Prosas nuevas (1914); Floresta sonora (1915); Cuentos de amor y de la muerte (1930); Flor de almendro (1931); Páginas de ayer (1932); Memorias (Edición póstuma, 1980); Cuentos completos (1995).
Sobre su vida y obra es útil consultar de  Medardo Mejía  “Froylán Turcios en los campos de la estética y del civismo” (1950) y de Alfredo León Gómez “ Ariel, la vida luminosa de Froylán Turcios (1995), entre otros.

VALLE, RAFAEL HELIODORO (1891-1959).  Poeta, narrador, historiado, periodista, diplomático.  Es el más grande polígrafo hondureño del siglo XX.  Realizó estudios de Ciencias Históricas en la Universidad Nacional Autónoma de México, en 1948.  Fue cónsul de Honduras en Mobile, EE.UU. (1914) y en Belice (1915).  En 1949 fue nombrado embajador de Honduras en los Estados Unidos, cargo que  desempeñó hasta  1955.  Mientras residió en Washington fundó el Ateneo Americano de Washington, siendo su primer presidente y además director del boletín que esa institución publicaba.  En Honduras fundó el Ateneo de Honduras (1912), y fue miembro fundador de la Academia Hondureña de la Lengua.
En México, además de ejercer como catedrático en la Universidad Nacional, tuvo a su cargo la sección de bibliografía de la Secretaría de Educación Pública.  Trabajó, además en los diarios El Universal Ilustrado, El Universal y Excélsior.  En  1940, la Universidad de Columbia, Nueva  York, le confirió el premio Marie Moros Cabot, de periodismo.  Fue colaborador de diarios y revistas a nivel continental:  Marina (Cuba); La Prensa (Argentina): El Comercio y La Crónica (Perú); La Prensa, La Opinión (EEUU).  En México, lugar donde murió, ha sido instituido un premio que lleva su nombre y que ha sido ganado, entre otras personalidades del mundo intelectual iberoamericano, por Edmundo O’Gorman, Rubén Bonifaz Nuño, Ernesto de la Torre Villar, Luis Barcárcel, Germán Arciniegas y, en la entrega correspondiente a 1986, Alí Chumacero, poeta mexicano
OBRA El rosal del ermitaño (1911); Como la luz del día (1913); El perfume de la tierra natal (1917); Ánfora sedienta (1922); Unísono amor (1940); Contigo (1943); La sandalia de fuego (1952); poemas (1954); La rosa intemporal (Antología póstuma, 1964); Relatos:  Anecdotario de mi abuelo (1915); Tierras de pan llevar (1939); Flor de Mesoamericana (1955). Preparó las antologías “La nueva poesía de América” (1923); Índice de la poesía centroamericana (1941); José del Valle (1943); Cartas hispanoamericanas (1945); Ramón Rosa (1946); Tres pensadores  de América:  Bolívar, Bello y Martí (1946); Semblanzas de Honduras (1947); Oro de Honduras (escritos de Ramón Rosa, dos volúmenes, 1948 y 1954); Flor de plegarias (1954).
En el ámbito de la investigación documental publicó las bibliografías:  Índice de escritores (1928); Bibliografía mexicana (1930).  Bibliografía de  José Cecilio del Valle (1934); Bibliografía maya (1941); Bibliografía  del periodismo en la América española (1942); Bibliografía cervantina en la América española (1950); Bibliografía de Hernán Cortés (1953); Bibliografía de Sebastián de Aparicio (1954). También publicó la novela “Iturbide, varón de Dios” (1944).
ZÚÑIGA, LUIS ANDRÉS (1878-1964).  Poeta y narrador.  Realizó estudios de Derechos en la Universidad Central de Honduras, hoy UNAH, y se especializó en criminología en la Universidad de La Sorbona, Francia.  Durante  su estancia en París, fue secretario de Rubén Darío, cuando éste dirigía la revista Mundial Magazine.  En Honduras fungió como director de la Biblioteca y Archivo Nacionales.  Como diplomático representó a Honduras en El Salvador y llegó a ser subsecretario de Relaciones Exteriores.  Dirigió las revista Semana Ilustrada, Germinal y Ateneo de Honduras, |||de la que fue fundador, junto con R.H. Valle, Froylán Turcios y Salatiel Rosales.  En 1914, su obra dramática Los conspiradores obtuvo un premio y fue la obra con la que se inauguró el Teatro Nacional de Tegucigalpa, hoy Manuel Bonilla.
OBRA:  Los conspiradores (Drama, 1915),  “Águilas conquistadoras (Poesía, 1913), El banquete (prosa y verso, 1920) y  Fábulas (1919)

jueves, 16 de septiembre de 2010

HISTORIA INTELECTUAL DE HONDURAS

RAFAEL HELIODORO VALLE

Si ha habido en Centro América un autentico clima de cultura, ello fue antes de la llegada de Colon a las playas de Honduras en 1502. En la América antigua el maya tuvo en Copán su metrópoli poderosa, antes de que surgieran Palenque y Chichén, Uxmal y Tulum; y solo des pues de que Tikal entrase en apogeo y su nombre quedase eternizado en piedras ilustres que la proclaman emula de Copán, unas de las primeras grandes ciudades mayas que ­- según dice Spinden – “tuvieron una existencia larga y gloriosa”. Los escultores y los arquitectos de Copán fueron anteriores a Cristo. Solo para interpretar sus inscripciones y esclarecer lo que dicen sus estelas ha publicado Sylvanus G. Morley un libro hermoso y augusto como un laberinto. Allí campea, fantasma milenario, el dragón bicéfalo que es una de las joyas de la escultura maya. Y todavía tiene validez la carta en que el oidor don Diego García de Palacios, dirigió a Felipe II (8 de marzo de 1576) hablándole de “Unas ruinas y vestigios de gran poblazón y de soberbios edificios, tales que parece que en ningún tiempo pudo haber en ten bárbaro ingenio como tienen los naturales de aquella provincia, edificios de tanto arte y suntuosidad.          
Ya cuando García de Palacios las visitó, Copán estaba en ruinas y cuando el Cacique Lempira hizo de postrer resistencia al conquistador, aquel pueblo de había dispersado. Al aparecer en la escena el español, no hubo drama  económico y social como en el Anáhuac, ni conflicto entre dos culturas. Fue más la discordia entre los nuevos señores que en territorio de Honduras parecieron darse cita desde rumbos diversos, que la resistencia de los caciques aborígenes.
El 13 de septiembre de 1538 arribó al Puerto Cortés el Lic. Cristóbal de Pedraza, quien al año siguiente fue nombrado mediador entre Francisco de Montejo y Pedro de Alvarado, que se disputan la Gobernación de Honduras. El Lic. Pedraza fue el primer Obispo, si bien el segundo que recibió tal nombramiento, y la sede de la diócesis había sido erigido  el 6 de septiembre de 1531, según el cronista Herrera. Fue Pedraza el primer historiador de la tierra conquistada, pues suya fue la “Relación de la Provincia de Honduras e Higueras” que envió al Rey en 1544. En Honduras, como en el resto de la América Española durante el régimen de cuatro siglos la  Iglesia tuvo a su cargo las empresas de la cultura, y de modo especial, cuanto se refería a la educación y evangelización de los aborígenes y de los colonos.
El segundo letrado de importancia que visito el País fue el Lic. Bartolomé de las Casas, quien se presentó en Gracias a Dios (1541) a pedir  a la Audiencia de los Confines  el poyo que se necesitaba para poner en vigencia las famosas Nuevas Leyes; y por ese tiempo estaban en dicha ciudad dos licenciados más: don Alonso de Maldonado, Presidente de la Audiencia, y don Francisco Marroquín, Obispo de Guatemala.
En 1554 ocupó la silla episcopal Fray Jerónimo de Corella, quien había obtenido  licencia para traer de España dos pintores y dos cantores, cuyos nombres nos son desconocidos. Por aquel tiempo ya se habían hecho grandes progresos en la catequización de los indios de México y de Guatemala; pero Honduras no recibía los beneficios de la evangelización. En 1555 la audiencia de Guatemala se dirigió a Carlos y diciéndole: “Los obispados de Honduras y Nicaragua convienen se provean y en nadie mejor que en religiosos que saben las lenguas”. La tarea estaba dignamente reservada a los franciscanos, y así lo prueba la carta que el Provincial, Fray Pedro Ortiz, escribió desde Comayagua al rey: “En los navíos pasados que salieron de este puerto de Honduras el año de 77 dí noticia a V.M. del suceso el viaje que hice con los frailes de que vine por comisario a las provincias de Nicaragua y Costa Rica con el Obispo e ellas (Fr. Antonio de Zelaya, de la orden de San Francisco); dije como por hallar  una carta en esta ciudad de Comayagua, del Provincial de Guatemala, de nuestra orden, que  decía que por  tener V.M. noticia de la poca doctrina que había en la Provincia de Honduras, le mandaba que poblase en ella, yo poblé una casa en esta ciudad, a lo cual me dieron mucho calor y favor el Gobernador don Diego Herrera y los vecinos de la ciudad”; y añadía: “Esta provincia de Honduras tengo noticia que no ha tenido doctrina alguna entre los indios ni hoy la ay sino es en una Provincia de Tencoa donde está poblada unas casas y monasterio de N.S. de la Merced, hace tenido más cuidado de proveer  y dar de comer a clérigos que no de poner doctrina en los indios; es cosa de gran lastima  lo que en esto pasa;  procurare; todo lo que pudiere; poblar casas entre los indios para descargo de la conciencia de V.M. le cuesta tanto nuestra venida. Si yo hallara el calor y favor que hallé en don Diego e Herrera, Gobernador que era de esta Provincia cuando poblé esta casa, fácilmente lo hiciera; más sucedió Alonso de Contreras Guevara en quien ni hallamos calos ni favor, antes todo lo contrario por vías, pero ha de poder más a Dios que el diablo aunque sea a costa de mi trabajo yo haré que el Presidente y Oidores de Guatemala, que son personas de santo celo, nos ayuden y favorezcan tan Santa obra entre tanto que V.M. provee de remedio con la venida de del Obispo que se espera, de que hay mucha necesidad, y si viene frailes poblaré, en los pueblos de españoles donde no hay menos necesidad que, entre indios, de doctrina…” 
Testimonios de aquellas labores intrépidas que se prolongan hasta los días próximos a la emancipación son algunas artes y doctrinas que reproducen fielmente la obra de los misioneros que, a pesar de las terribles incomodidades que sobrellevaron, tuvieron tiempo para escribir apuntes que forman parte del rico acervo de la literatura lingüística de América.
La silla episcopal había estado en Trujillo, más tarde en Sonaguera (1558 o1559) y, por último, se trasladó a Comayagua (1561). El obispo Fray Gaspar de Andrade, electo en 1588, obtuvo del rey el envío de 50 pinturas, que de seguro, sirvieron para embellecer su catedral o acaso fueron distribuidas entre algunos templos de su diócesis; y pudo contribuir a la obra civilizadora fundando en Comayagua la Cátedra de Gramática Latina, con 200 pesos de renta anual gracias a la dispocisión que obtuvo de Felipe II (21 e septiembre e 1502)
Otro de los obispos progresistas fue el mexicano Fray Antonio López de Guadalupe, quien asumió el gobierno de la diócesis en 1729; y poco después (1731) patrocino al bachiller Francisco de Santelices, hijo de Tegucigalpa y graduado en la universidad de Guatemala, para que inaugurase su curso de Artes contando con la concurrencia de numerosos estudiantes; organizó el Colegio Seminario con 14 colegiales, que había fundado su antecesor Alonso de Vargas y Abarca, dotándole de la cátedra de Moral; fundo la cátedra de Filosofía, con renta anual de 200 pesos (1733); y por ultimo, la de Cánones, con la suma de 300 pesos (1734).
En las crónicas suenan algunos nombres distinguidos: el franciscano Fray Francisco Andrade, quien dejó nueve tomos de sermones y según el P. Arochena-escribió una disertación apologética sobre los misioneros; el ya mencionado Fray Francisco de Santelices, teólogo erudito que dejo tres volúmenes de escritos inéditos; Fray Esteban Verdelete que presentó al Rey su “Noticia de la Provincia e Tegucigalpa o Teguzgalpa”, el P. José Jiménez, autor de “Principia generaliae totious Sienta Moralis”; Diego López de Orozco, redactor de un trabajo sobre la población  de Trujillo y Santo Tomás de Castilla; Fray Martín de San Antonio Moreno, que en su convento de Tegucigalpa  preparó una “exposición de la regla seráfica”; y Fray Fernando Espino, autor de “Relación verdadera de la reducción e los indios infieles de la provincia de la Teguzgalpa, llamados Xicaques” (1674).´
Pero entre todos los hombres de la letras de la época colonial tres son los más eminentes: Los jesuitas José Lino Fábrega, Juan Cerón y Juan Ugarte; el primero, interprete del “Códice Borgiano” durante su destierro en Bolonia; el segundo, uno de los más unciosos oradores sagrados de su tiempo; y el tercero, una de los civilizadores que, en la Baja California, durante los afanes del santo Salvatierra, fundió campanas, derribó árboles para construir barcos, labró la tierra y fibras, y se cubrió de llagas.
Esos nombres, que son unos cuantos, pudieron brillar en lejanas tierras. La débil luz de las aulas de Honduras era insuficiente para darles solidez intelectual. No había Universidad ni más estudios superiores que los que podía auspiciar la Iglesia o los que podían hacerse en los dos conventos de la provincia. Los jóvenes se veían obligados a trasladarse a las universidades de Guatemala (como José Simón de Zelaya y Juan Francisco Márquez) y de León (como José Trinidad Reyes) o a México para ingresar en el Colegio y Casa de Probación de Tepotzotlán (como Fábrega, Cerón y Ugarte) o para recibir el titulo de abogado (como Juan Fernández  Lindo). La universidad de Santo Tomás de Guatemala se había fundado en  1676 y cuando por Real Cedula de 1772 fue aprobado la erección de un colegio agregado al del seminario de aquella capital, ordenando “que se admitieran en aquel doce colegios indios puros prefiriendo los caciques” proveyéndoles de vestido y manutención, “el Oidor  Gonzáles Bustillo hizo librar los despachos respectivos a Comayagua y Tegucigalpa, de donde se enviaron a publicar a los pueblos; pero no consta que indios de Honduras se hayan acogido a aquella gracia”.
La Provincia hondureña era una de las más atrasadas, si no de la más, en todo el cuadro histórico de la Capitanía General de Guatemala. Aunque era valiosa por su minas, éstas no eran dignas de comparase a las de México o el Perú; su Iglesia contaba con modestísimos recursos; su despoblación, las enfermedades tropicales, lo reducido de sus ingresos, la incuria de sus gobernantes, sus difíciles vías de comunicación, la mantenían alejada del mundo, abandonada a sí misma, a pesar de encontrarse situada estratégicamente en una de las comarcas centrales del hemisferio, henchida de riquezas que más tarde aprovecharía el extraño con técnica y ambición. Si en algún país de América habían de agudizarse la mala política y más tarde el poderío imperialista, a lo largo de los tres primeros siglos que siguieron al descubrimiento, apenas sobresalgan unos cuantos hombres que han podido reivindicarla.
En prueba de lo afirmado, dice Rómulo E. Durón, al hablar del regreso de Juan Lindo (1822), con el nombramiento de Jefe Político Superior e Intendente de la Provincia, que le confirió el Emperador Iturbide: “El  30 (de octubre) se dictó una orden para la apertura de escuelas de primeras letras, a las que deberían asistir los niños desde la edad de cinco años hasta la de catorce sin distinción de clases, pues no las había. El ayuntamiento de Tegucigalpa dispuso enseguida abrir en esta ciudad una escuela de primeras letras, en la que se enseñaría lecturas, escritura, los primeros principios de la aritmética y los rudimentarios de la religión católica, y se darían lecciones de ortografía, de urbanidad y buena crianza, de la Constitución de España, por el momento y de la que rigiera lo sucesivo”.
José del Valle, ilustre hondureño, decía desde Guatemala al Secretario de la Municipalidad  de Tegucigalpa (22 de agosto de 1829) a la que había enviado su memoria sobre Educación: “Deseo que Honduras, donde tuve el honor de nacer, sea el Estado primero por su ilustración y riqueza. Es preciso formar hombres capaces de servir dignamente los empleos. La ineptitud ha sido causa de nuestras desgracias y las de la Republica”.
Aunque en 1660 había sido introducida la imprenta en Guatemala, fue hasta marzo de 1829 cuando se instaló en Tegucigalpa, habiéndola comprado el General Morazán, Presidente  de Centroamérica, a don Santiago Machado, y al año siguiente fue posible el primer periódico: “Gaceta del Gobierno”. Morazán conocía muy bien la situación ignominiosa porque atravesaban los niños y jóvenes hondureños; ya que él había sido uno de los 23 alumnos de la cátedra de Gramática Latina, en 1804, gracias a los empeños del guardián  del Convento de San Francisco, el guatemalteco, Fray Santiago Gabrielín, que fundó Fray José Antonio Murga; pero el plantel hubo de suspender sus labores al cabo de un año, porque Gabrielín fue sustituido por el retrógrado Fray Andrés López, quien se opuso a que se diera tal enseñanza. Después de aprender, en lo privado, los rudimentos en la lectura, la escritura y la aritmética, el joven que deseaba aprender algo de caligrafía y eso hubo de hacerlo Morazán –tenía que acudir a la oficina de algún escribano, y si no contaba con facilidad para ir a León o a Guatemala, no le quedaba más recurso que leer por su cuenta los libros que, venciendo los obstáculos de la pésima transportación, podían llegar a la provincia a través de la colonia inglesa de Belice. En el Estado actual de las investigaciones históricas, no se sabe de algún joven hondureño que haya ido a educarse a La Habana o se haya atrevido a viajar hasta Madrid. Son contados aquellos que, como Dionisio y Próspero de Herrera, lograron saciar su curiosidad de lecturas modernas y aprendieron a leer en inglés y francés.
             

LA FIGURA  PATERNAL DE JOSÉ TRINIDAD REYES

Hay una luz de oro en medio de aquella noche sombría que ilumina con sus brillos amorosos la tierra de Honduras: José  Trinidad Reyes, franciscano del Convento de la Recolección de Guatemala, exclaustrado por la liberación liberal de 1829 y reintegrado a su terruño, en la plenitud e su energía, con ímpetu extraordinario para hacer el bien y, sobre todo, para derramar a manos llenas la sabiduría fecunda. Bien vale en su elogio reproducir lo que escribió el doctor Enrique Hoyos: “El Dr. Reyes era sin disputa una de las notables ilustraciones de Honduras. Teólogo consumado, orador elocuente, poeta y músico, reunía a estas eminentes cualidades una conducta intachable, una caridad acendrada y una humildad tanto más digna a la alabanza cuando mas elevado era el carácter moradle aquel virtuoso sacerdote, versado en la Escritura Sagrada, en los libros de los  Santos Padres, en la historia de la Iglesia y en la de los Concilios, su saber en las ciencias eclesiásticas era grande, y esto contribuía sin duda a la facilidad con que predicaba, a la abundancia y a la fluidez de su estilo que era llano, es verdad, pero claro y nervioso. Los clásicos antiguos le eran familiares, y sus conocimientos en la bella literatura francesa y española, revelaban largos y fructuosos estudios sobre humanidades. Versificaba con admirable facilidad y con pureza. El carácter dominante de sus composiciones era el jocoso, y se dedicaba mucho al género pastoril. Vivirán mucho tiempo en la memoria de los tegucigalpenses las pastorelas del Dr. Reyes, y aquellos picantes y salerosos villancicos en los que proporcionando diversiones, entre el agradable concierto de una música armoniosa (regularmente de su propia composición), solía mojar su pluma en el satírico tintero de Juvenal para corregir las costumbres poniendo en ridículo los vicios morales y sociales al son del tamboril y del rabel”.
  José Trinidad Reyes unió su nombre a la de falange de los civilizadores apostólicos, que en un medio tan áspero, tan desalentador, continuamente amenazado por la guerra civil, logro dejar huellas que engrandecen cada día más su gloria: llevó a Tegucigalpa el primer piano, escribió el primer libro de texto –Lecciones de Física-. Fundo la Universidad, compuso varias misas y villancicos, escribió 12 pastorelas que le sirvieron de vehiculo poderosos para transmitir ideas  y emociones en una Arcadia llena de odio, de sangre y de infelicidad, y sobre todo, para hacer en las almas, como en la alborada de la evangelización, se amansaran las fieras.
A iniciativa de Reyes la Asamblea el Estado decretó (29 de abril de 1834) el establecimiento en la capital de una escuela de música, cuyo maestro tendría el sueldo de 500 pesos anuales, que se tomarían de la cuarta parte de los diezmos asignados para el Cabildo y fábrica de la Catedral y en la que debían admitirse a todos los jóvenes que desearan aprender.
“Si se presentase algún músico científico –decía su moción –que se encargara de enseñar su facultad, seria dotado con la renta de 1500 pesos, que se le pagaría en moneda de oro”.
En 1840 don Victoriano Castellanos, propietario de minas de oro y plata en le Departamento de Copán, hizo llegar de Londres un molino hidráulico de amalgamación, y para poder trasladarlo de Omoa al ultimo lugar de su destino establecerlo convenientemente, solicito auxilio del Gobierno, al que hizo la promesa de que “los dos ingenieros  que trajo para montar la fabrica y dirigirla, y enseñaran a manejarla a los hijos del país, que con tal objeto se le presentase, a quienes mantendrían de su cuenta”. La Asamblea de Estado acordó proporcionar al señor Castellanos los auxiliares que pedía y dio orden para “que de cada departamento de la Republica se enviase un joven as recibir la enseñanza ofrecida”; pero tal proyecto se derrumbo  porque debido a la falta de comunicaciones fue imposible-ni aun empleando titanes- trasladar las piezas del molino.
En ese medio asfixiante, el Padre Reyes hizo lo que pudo; luchó contra los más penosos contratiempos; y se elevó a la altura del héroe, ganándose merecidamente el titulo de benemérito de la Patria, que bien merecía por su obra de pacificador en su ardua lucha por la dignificación del hombre, acercándolo a las fuentes claras de la belleza, señalándoles nuevas rutas, poniendo cátedra de cortesía y de la limpieza mental. Su obra, profundamente humana, le da derecho a que se le incluya en la nomina de los civilizadores, de los que –como dijo Celeo Arias en loor de un soldado pundoroso-pasaron por la tierra “sin llevar las sombras del mal en la conciencia”.
 Para recalcar los colores que Honduras ofrecía a mediados del siglo pasado, en lo que se refiere a la educación popular, basta releer lo que en 1842 decía el Presidente Ferrera en su mensaje al Congreso Nacional: “Es una necesidad incuestionable el establecimiento de un Colegio Universal, o Cuerpo De Maestros Y Profesores, y para conferir los grados respectivos en cada facultad: yo deseo que el decretar y reglamentar esta interesante Corporación sea una de vuestras tareas, no obstante las profundas meditaciones que necesita por falta de hombres instruidos y de caudales que padece el Estado”.
Pero la hazaña más relevante del Padre Reyes fue la fundación de la Universidad de Honduras, que tubo su origen en la “Sociedad del Genio Emperador y del Buen Gusto”, (14 de diciembre de 1845), siendo con el los fundadores los jóvenes Yanuario Girón, Máximo Soto, Miguel Antonio Róbelo y Alejandro Flores. Deseaban una Academia en la que pudiesen enseñar Latín y Filosofía, y  nombraron Rector a Reyes, quien pronunció el discurso inaugural: “Unos jóvenes que, uniendo sus talentos una infatigable aplicación al estudio, han merecido los honrosos títulos literarios con que les condecoro la Universidad de León de Nicaragua, consagran hoy a la patria sus tareas y vienen a pagarle las primicias de sus luces, haciéndole un servicio de clase superior a la de cuantos pueden prestarles sus amantes hijos. Su misma ilustración se les ha hecho conocer que las  ciencias contribuyen sobremanera, a hacer felices a los hombres y a los pueblos, y que, en los países donde por fortuna se han adoptado los principios democráticos, son de absoluta necesidad; y he aquí el don precioso que vienen a ofrecerle. Ven la falta de establecimientos de enseñanza; advierten, no sin dolor, que en Honduras las ciencias están bajo los pergaminos y capillas, y no pueden ser indiferentes al malogro y desperdicio de talentos privilegiados que se quedan sin cultivo, cuando debieran ser la honra de la Patria”.
En aquel establecimiento particular que bien pronto cambió el nombre por el de Academia Literaria de Honduras (1846), Reyes enseñaba la cátedra de Física y Matemáticas, Soto la Filosofía, y Girón y Flores la de la Gramática Latina.
“Apreciando el buen éxito de los trabajadores de la Academia-escribe el Dr. Rosa-el Padre Reyes propuso a la Municipalidad de Tegucigalpa que solicitase al Gobierno Supremo la autorización debida, para elevar el establecimiento, que tenia carácter privado, al puesto oficial de Universidad”.
Hubo oposiciones, como sucede, casi siempre, cuando se trata operar adelantamientos sociales que chocan a los bien hallados con el atraso, quienes ven, en el movimiento y la luz de una transformación, la perdida de las ventajas que creen proporcionarles la quietud del estacionamiento y  la obscuridad de  la ignorancia.
Más triunfo la grande iniciativa de Reyes:
La Municipalidad presentó su solicitud, y el hábil político, Jefe del Estado, el Dr. Juan Lindo, que también fundo la universidad de El Salvador, expidió el correspondiente decreto de autorización:
“El memorable día 19 de septiembre de 1847, en la iglesia de San Francisco de esta ciudad, se inauguró con público regocijo, la Universidad de Honduras. Presidieron actos tan solemne el consabido Jefe de Estado, Dr. Juan Lindo, y el señor Obispo don Francisco de Paula Campoy y Pérez; asistió todo el vecindario distinguido de la ciudad, y se pronunciaron oportunos discursos por el señor Lindo, y el señor Obispo don  Campoy, el Rector y algunos de los catedráticos. Al siguiente día de la inauguración, se graduó de Bachiller en Filosofía el joven Sinforiano Robelo: obteniendo el primer titulo que extendió la naciente Universidad. Al Padre Reyes corresponde la alta honra el fundador de la Universidad hondureña, pues a su iniciativa, afortunadamente hecha y dichosamente realizada, se debió su establecimiento. Fue también el autor de sus estatutos que han regido, con algunas modificaciones hasta la publicación del nuevo Código de Instrucción Publica. Si Reyes hubiera vivido largos años, habría  recibido la grata y cumplida recompensa, viendo los opimos frutos de su obra civilizadora. De la Universidad  han salido concluyendo o no sus estudios en ella, Máximo Soto, el medico legalista de Centro América; Yanuario Girón, aventajado teólogo; Samuel Escobar, brillante orador sagrado; Celeo Arias, Valentín Durón,  Crescencio Gómez y Vicente Ariza Padilla, jurisconsulto de primer orden; Adolfo Zúniga, publicista y escritor sobresaliente; Julio Contreras, filosofo elocuente y humanista; Rafael Alvarado Manzano, jurisconsulto  y doctor educador; Juan Ramón Reyes inspiradísimo; Álvaro Contreras, tribuno y periodista, el mas fecundo de América Central, y varios otros de distinguido merito, que seria prolijo nombrar en esta ocasión. Lastima grande que, debido a las ideas de la época y a los escasos elementos de la Universidad, no hayan salido de su seno geógrafos, historiadores, físicos, matemáticos, naturalistas, economistas, y estadistas, de que tanto necesita Honduras para que alcance a comprender sus verdaderos intereses materiales y morales”.
    El mas justo elogio hizo Rosa al decir: “Reyes tenía las más variadas y sorprendentes facultades. Era filarmónico, y, en Tegucigalpa, la población más culta de Honduras, no había un piano; y el introdujo el primer piano. Era escritor, y no había una imprenta, y el introdujo la primera imprenta llamada de “La Academia”. Era literato, y no había una biblioteca; y el fundo la de la Universidad. Era entendido en astronomía, física y química, y no había elementos, ni aun rudimentales, para un observatorio, para un gabinete  de física, y para un laboratorio de química. Reyes se encontraba en el vacío. Suplían el aristocrático piano, la popular guitarra; a la imprenta, los manuscritos de pésimos pendolistas; a la biblioteca, unos pocos y maltrechos libros que eran antiguallas en la Europa moderna; a los telescopios, los ojos del observador que veía los astros con el argumento de la luz de su alma; a los instrumentos de física, las fuerzas del empeño del trabajador que estudia y a los experimentos químicos, hechos por los procedimientos modernos, las observaciones empíricas sobre la composición y la descomposiciones de los cuerpos”.
En la Universidad los jóvenes recibían la educación secundaria y estudiaban después “La Gramática Latín por Lebrija, las Oraciones por Corcuera y Clarte y al Curso de Filosofía  Elemental del Padre Balmes”.
En su informe a las Cámaras Legislativas decía el optimista Ministro de Estado y del Despacho General, Lic. J. Francisco Zelaya: “Se va generalizando en el Estado la educaron primaria, que es la base de la secundaria o superior. Con este objeto ha dictado el Ejecutivo diversas soluciones que producen muy buen efecto en casi todos los departamentos. Se han establecido muchas escuelas de primeras letras y de su estado informan cada tres meses al Ministro de Jefes Políticos, remitiendo colecciones de planas escritas por los alumnos, que acreditan sus adelantos. Estos serian infinitamente mayores si dotándose bien a los preceptores se dedicaran a ser los hombres aparentes por su conducta y conocimientos; mas con los reducidos sueldos que se dan no es presumible quieran serlo aquellos que era de desearse, y he aquí la causa eficiente del pequeño progreso que se nota en la instrucción primaria”. Y agregaba: “En esta capital esta establecida la  Escuela Normal bajo el nuevo sistema de enseñanza mutua sus progresos deben ser a proporción de la facilidad y método correcto con que se enseña a la juventud, tan luego como se establezca la contribución del Censo territorial decretado por el Gobierno se generalizara aquella enseñanza en todos los departamentos porque la tercera parte de su producto esta señalándolo a aquel objeto”.
En su mensaje de 1857 el Presidente Guardiola dijo: “La Universidad continúa difundiendo luces en proporción  a su recursos y de la infancia que se halla; sin embargo, como se nota una carencia absoluta de cátedras de Medicinas y ciencias accesorias, seria muy conveniente la organización de un protomedicato, como fundamento de estas. Hay en el Estado numero suficiente de profesores para darle ser y estabilidad y para remediar los frecuentes abusos que se cometen en el ejercicio de estas facultades”.
Entrando la escuela primaria seguí en el más cruel abandono, sin brújula, sin las menores preocupaciones por resolver  el más urgente problema de Honduras. Un testigo presencial: José Antonio López G., apuntó en sus memorias de aquella época: “No había escuelas publicas y los niños aprendíamos a leer el catecismo e Ripalda, en las escuelas particulares, como las de las Borjas. La escritura, la aritmética, la gramática latina por Lebrija, y la filosofía de Balmes enseñaban los dos o tres individuos que tenían fama de sabios. La Universidad estaba recién fundada, haciéndose todavía algunos doctores por acuerdo gubernamental. Los únicos que habían tenido alguna preparación, y que habían recibido en realidad grados universitarios fueron, según creo, el mismo Padre Reyes y D. Máximo Soto, quienes habían seguido un curso regular de estudios en Guatemala y en la ciudad de León... No había más que un solo periódico e toda la República, La Gaceta Oficial, que publicaba las disposiciones del gobierno y uno que otro verso detestable. De libros no hay que hablar. Fuera e las novelas y de las vidas de los santos, apenas se conocían otros”.
Esta semblanza e la educación publica viene a coincidir con la que dejo el Dr. Alberto Membreño en una pagina memorable: “Aunque la población de Tegucigalpa en 1868 ya era considerable, no tenia mas que una escuela e varones. No se a que atribuir esta falta de planteles para educar a la niñez, si a lo exiguo de los fondos públicos o a descuidos de nuestros mayores. Cuando todas las naciones de América habían entrado en las vías del progreso, la desgraciada Honduras, allá encerrada en sus montañas, caminaba a paso lento, ajena al movimiento moderno”. Y añade Membreño  quien en la primaria – con duración de tres años – los encargados de enseñar a los niños enseñaban a la Cartilla de San Juan, el catecismo de Ripalda, la Moral de Escoiquiz, La Aritmética, La Gramática, La Caligrafía y la Urbanidad.
En 1866 se promulgó la Ley de Enseñanza Primaria; y el 30 de octubre de 1869 fue  establecida  la Dirección de estudios y Fondos en los colegios departamentales, y se ordenaba que en cada cabecera hubiese una junta de instrucción pública, formada por el gobernador, el intendente, el cura, el alcalde y dos vecinos electos por estos; y se establecía el impuesto de un real por cada res destazada en negocio en cada pueblo o lugar de los departamentos y que será recaudado por la municipalidad y remetido a la junta.
¿Cuáles podrían ser los frutos de tal ley, si los encargados de dirigir la educación popular, en su gran mayoría, ignoraban los rudimentos de las letras y las ciencias? Alcaldes analfabetas, gobernadores que habían llegado a encumbrarse en las volteretas de la guerra civil, y entre todos ellos, el único mediamente  preparado, el cura, que había leído algunos libros, peor que desconocía la ciencia de la educación. Durante el régimen  del Presidente Joaquín Rivera fueron enviados a Guatemala varios jóvenes para que estudiaran en la Escuela Normal Lancasteriana; pero se desconoce hasta hoy lo aprendieron y si regresaron a Honduras a prestar servicios. Los desordenes demasiado frecuentes, la pecuaria del estado, la carencia de hombres aptos en el poder, malogran las tentativas mas generosa; y el hondureño seguía, sumido en el letardo mas profundo, a la sombra de su cielo azul y sus pinares, perdida de toda esperanza de redención  por quienes anhelaban que le país se incorporase, no solo oficialmente, a la civilización.
Si la Universidad atravesaba por la desventura ominosa ¿Cuál seria la situación de la escuela primaria? En el presupuesto de 1870, el Rector de la Universidad aparecía con un sueldo mensual de 30 pesos y el secretario con 12.  Había catedráticos de Cánones, Matemáticas, Derecho Civil, Filosofía, Latinidad, Idiomas y Gramáticas Española. El 15 de septiembre de 1875 el Ejecutivo expidió el reglamento de instrucción primaria; pero el desorden continuaba en la vida pública, seguían la inseguridad y el sobresalto, se agudizaban los oídos y la sangre humana saturada de púrpura la tierra del Padre Reyes.


PARENTESIS DE AURORA

De pronto hubo un clamor de luz; amaneció el 27 de agosto de 1876. Honduras despertaba de terrible pesadilla. Dos jóvenes ambiciosas de grandeza aparecieron en el escenario político: Marco Aurelio Soto y Ramón Rosa, que llagaban de Guatemala- en donde habían hecho sus estudios universitarios-con nuevas ideas y, sobre todo, con programa reformador. La revolución liberal de 1871, en que sobresalían como corifeos Miguel García Granadas y Justo Rufino Barrios, golpeaba impaciente las puertas del sur de Honduras. Con ella se abría  un nuevo capitulo en nuestra historia.
Marco Aurelio Soto gobernó desde aquel día hasta el 27 de agosto de 1883. Nunca en un lapso igual se hizo tanto por el progreso del país y, sobre todo, por la creación de la conciencia nacional. Soto organizo la hacienda publica y el servicio de correos, introdujo el telégrafo, separo la Iglesia del Estado; estableció la enseñanza laica, gratuita, obligatoria y libre; fundo el Colegio Nacional para la segunda enseñanza y el bachillerato en ciencias y letras (15 de agosto de 1878), la Universidad de Occidente en Santa Rosa de Copán (23 de abril de 1879), y el Archivo  y la Biblioteca Nacionales (27 de agosto de 1880); dicto los Códigos Civil, Penal, de Procedimientos, de Comercio, de Minería y de Instrucción Publica(31 e diciembre de 1881), fundo la Universidad Central (26 de febrero de 1882) con las facultades de Derecho y Ciencias Políticas, de Ciencias y Medicina; estableció  las escuelas de niñas y el primer colegio de estudios superiores para señoritas; y  encomendó al Dr. Rosa la redacción de los bocetos biográficos de José del Valle y José Trinidad Reyes, erigiéndoles monumentos, lo mismo que a los generales Francisco Morazán y Trinidad Cabañas.
El Archivo Nacional se formo con los papeles del Estado que estaban en Comayagua, y-como escribió su primer director el Dr. Antonio R. Vallejo- aquellos “montones de papeles en el mayor y mas completo desorden”, fueron llevados a Tegucigalpa, la nueva capital, y se formo el índice que abarca de 1600 a 1884, constando el  archivo de 2158de tierras, 300 colecciones de periódicos y 162964 documentos útiles en 4419 volúmenes, que eran el residuo de los saqueos durante las guerras civiles, y especialmente del incendio de Comayagua en 1873.
 Decida fue la protección que el régimen  de Soto dio a la educación publica , a los hombres de letras y a  todo lo que entrañaba progreso. “Tenemos ya en el país los instrumentos y útiles  para plantar un completo gabinete de física  y un laboratorio de química, mapas, esferas e instrumentos matemáticas  para      la segunda enseñaza, e  instrumentos y aparatos suficientes para  la enseñanza especial de la medicina y para el aprendizaje practicote Historia Natural en sus diversos ramos”, decía Soto al Congreso Nacional en su mensaje de 1883.
 En aquella  época Tegucigalpa era el centro de las actividades renovadoras, a cuya  vanguardia  iban el mismo Presidente Soto, Ramón  Rosa, Adolfo Zúniga, el poeta cubano José Joaquín  Palma y quien seria  mas tarde  Presidente de Cuba, don Tomas Estrada Palma, organizador del servicio postal; surgieron brillantes promesas literarias como Manuel Molina Viril, Alberto Ucles y Ramón  Reyes; y se concedieron becas a los mejores jóvenes del país que deseaban seguir estudios profesionales.
Es pues del triunvirato que sucedió en el poder a Soto, fue elevado al solo solio el General Luís  Bográn, quien gobernaría del 30 de noviembre de 1883 al 30 de noviembre de 1891. Fue en su tiempo cuando se llevo a cabo el primer censo general de la Republica (1887), se fundo la Academia Científica-Literaria de Honduras (8 de abril de 1888), que volvería a reorganizarse el 25 de septiembre de 1915; se publico el “Primer Anuario Estadístico  de Honduras” (1889), por el Dr. Antonio R. Vallejo, cuyos antecedentes se hallan en el primer censo de diócesis levantado por el Obispo Fray Fernando Cariñanos (1791) y por el “Resumen Estadístico, Corografito, e Histórico del Departamento de Gracias” (1834)por José Maria Cacho; y se contrataron los servicios de varios profesores españoles (1890).
El 20 d julio de 1891 el gobierno concedió al Peabody  Museum de Cambridge, Mass., el derecho e explorar y excavar por diez años las ruinas  de Copan y otros lugares del país, concediéndoles la mitad de las pieza de arqueológicas  que descubriese durante ese periodo. Ya desde el 28 de enero de 1845 las ruinas arqueológicas habían sido puestas bajo la protección  del Estado; el 15 de mayo de 1898se expandiría y el 4 de abril de 1900 se prohibiría la exportación de reliquias arqueológicas  y se ordenaría la explotación y estudio de las ruinas, mediante la autorización del Ejecutivo.
Durante la administración de Bográn hubo una sección  normal en varios de los institutos de la enseñanza preparatoria; pero fue hasta 1903, siendo Presidente Manuel Bonilla, cuando se fundo la primera Escuela Normal de Varones, que dirigió el eminente Pedro Nufio.
En Honduras se necesitan mas médicos que viajen por el extranjero, mas técnicos de ciencias aplicadas, economistas, agrónomos, maestros de escuela que no tenga sueldos de hambre, organizadores de los servicios públicos, ingenieros de minas, nutriologos, biólogos, que forman el inventario de los tesoros naturales. De 1883 a 1912 la Universidad produjo 264  licenciados  y entre ellos muchos han sido  perturbadores del orden social especialistas en ciencias ocultas.
Tal es el panorama de un país que ha sabido demostrar que lleva en su seno esencias vitales y ha dado a Centroamérica personalidades eminentes-aunque contadas-en las letras y en las ciencias, y contadísimas en las artes. Dentro de este cuadro fulguran algunos valores que pues en ponerse en digno parangón con los de otras tierras americanas, y a demostrarlo contribuirán las enumeraciones y apreciaciones que van en este discurso. Esos nombres salvan, en la historia de la cultura en Centroamérica el nombre de Honduras, y son una invitación a las nuevas generaciones que deseen inspirarse en el ejemplo que todavía ofrecen.



LOS EDUCADORES

Los grandes hombres que han vivido en un medio tan humilde son los educadores. Habría de ser el elogio, en primer termino, de los misioneros que enseñaron las primeras nociones del cristianismo a los indios y a otras gentes. Algunos sucumbieron a manos de los salvajes, y sus nombres son, ante todo, de franciscanos. Otros recogieron materiales para la historia de la lingüística, para el mejor conocimiento de la flora medicinal, datos preciosos para el folklore y no pocos para la antropología. En esa labor la ayudaron sus hermanos del resto de la Capitanía de Guatemala. No mientras no se hagan exploraciones en los archivos de Guatemala, México  y España; y esas investigaciones  habrá que sacar a luz aquellos procesos del Tribunal del Santo Oficio, en que abundan noticias fundamentales para la historia de la cultura y no pocos tesoros (como los paquines en verso) que están dispersos en las montañas del papel. Ciertos nombres e misioneros e Honduras aparecen en la bibliografía mexicana e Beristain y Souza; peor son insuficientes para interpretar los afanes de las ordenes religiosas en aquellas media noche que comenzó a sentir impaciencias de aurora cuando apareció en escena el ilustre sabio y maestro Dr. Fray José Antonio de Liendo y  Goicochea quien estuvo catequizando en las montañas e Asalta y de quien su discípulo José del Valle dijo en elegante panegírico: “Semejante a los sacerdotes de los celta  y  de los de es citas que buscaban Filosofía en los bosques y montañas, superiores a ellos en conocimientos y con miras mas grandes, hizo viaje a nuestros montes de Agalta”.
Cristóbal Martínez Puerta, Liendo de Goicochea (1735- 1814), Manuel Subirana (muerto en 1867) construyen la Trilogía en que el ultimo logro sobresalir como pacificador de los indios jicaques y payas. Pero su esfuerzo, así como el e otros educadores que trabajaron en la ciudades, careció el ritmo sin  interrupción, porque las guerras  civiles, los gobernantes iletrados y atrabiliarios, no le permitieron gozar su cosecha; y lo que fue para ellos un jardín en que habían lograda  aclimatar nuevas ideas y nuevas emociones como flores finas que exigían el diario cultivo volvió a convertirse en míseros eriales:… Si eso no hubiera sido, el problema de la educación pública ya estaría resuelto.
Los Franciscanos que enseñaron el latín a los jóvenes que tenían hambre y sed de saber en la desventurada provincia de Honduras ¿Qué podrían hacer si no contaban con estimulo para redimirla, llevándolos  mas allá el conocimiento el Nebrija? Mientras el Padre Reyes vivió, pudo hacer muchos para que algunos  jóvenes recibieran las noticias elementales el mundo que les hacia señas desde Europa y también los fulgores de “La santa consoladora Poesía”.  Escribe  Ramón  Rosa: “Reyes no solo era el verdadero padre de los necesitados, sino también el prudente consejero de las familias. Además, como hombre ilustrado, se oponía siempre a las ideas y preocupaciones del pueblo, hijas de la ignorancia y el fanatismo.
No garantizaba: moralizaba e ilustraba. De esta conducta dio pruebas, evidentes y repetidas, aun en los momentos de publica tribulación. El 20 de enero de 1835, llamado vulgarmente “el año el polvo”, ocurrió que, de repente, se oscureciera el sol, se sintiera horribles sacudimientos de tierra, ya de oscilación, ya de trepidación, y se oyeran retumbos prolongados y pavorosos, que semejaban truenos ensordecedores de una tempestad desecha. La luz se extinguió por completo,  a causa de una abundante lluvia de polvo que caía sin cesar al grado de que para ver las personas, de cerca se acudía “hachones de ocote”, o a velas que de pronto se apagaban. El pueblo consternado, sintió los terrones del siglo X; creyó llegado el Juicio Final, y hombres y mujeres, ancianos, y adultos y niños, a voz en cuello, hacia pública y general la confesión de sus culpas. Así   lo creían, también, los sacerdotes, que oían, en desorden, a sus aterradores penitentes. Pero Reyes, sacerdote que sabia física  y geología, logro devolver al pueblo la calma, impidiendo las generales y publicas confesiones. A todos decía: “No os aflijáis, ni deis escándalos; no es Día del Juicio: un volcán cercano ha hecho erupción; el peligro ha pasado, y el polvo dejara de caer dentrote poco tiempo”, Reyes era un oráculo para su pueblo, y este creyéndole, dejo de creer en el Juicio Final y de decir a gritos sus pecados. A poco se confirmo, los hechos, el dictamen del hombre de ciencia. El polvo fue disminuyendo, una pálida luz fue alumbrando, y a los tres días el sol apareció  en todo su esplendor. Es pues se supo que había hecho erupción  el volcán  de Cosiguina, en la costa del Pacifico del Estado de Nicaragua, limítrofe del de Honduras. ¡Cuánto afligen la ignorancia y el fanatismo religioso! ¡Cuánto consuela y fortalece la ciencia!
De Reyes, maestro insigne, habría que decir que llevaba una llave de oro para abrir almas y que su mejor pedagogía fue la del canto. Hubo de vivir en una época reteñida de sangre, sonora e alaridos humanos y de toques de somaten, y al morir, unas cuantas e sus semillas espirituales cayeron en nobles surcos: Máximo Soto, Ramón  Rosa, Maria Francisca Reyes del Palacio. Larga noche, horrenda noche de Honduras, e 1855 a 1876. Los indios desmelenados y los sargentos furiosos: Calixto Váquez el “corta cabezas”, Serapio Romero el  “chinchonero”, José Maria Medina, Longino Sánchez, obligaban a los preceptores de primeras letras a despedir a los niños cada vez que, al son de las campanas, en los hogares trémulos estremecía los corazones impávidos el grito de ¡Los indios!¡Los indios! 
Siete años de alba en la que la sangre fue reprimida y el caudillaje tubo que esconder la cabeza, fueron los el gobierno del Dr.  Marco  Aurelio Soto (1846-1908), universitario distinguido, ex -Secretario de Relaciones Exteriores y e Instrucción Publica del gobierno reformador de Guatemala, que había sido también Secretario de la Sociedad Económica y Sindico el Consulado e Comercio. Hombre civil, de dotes admirables para el mando, fue la mejor  demostración de que son los preparados los que pues en organizar la Republica, purificarlas, darles un programa. Soto busco sus colaboradores entre los hondureños mas capaces y supo dar protección a los valores intelectuales y a los hombres de estudio y e trabajo. Pero si dio preferencia a las obras materiales, abriendo cauces a la actividad, modificando a la estructura económica del país, su mas vivo afán fue el e poner en manos del maestro de escuela de salvación de este, respetar los fueros de la inteligencia, estimulara los jóvenes que necesitan la palabra halagadora, pero a tiempo. Entre los educadores de aquella época resplandecen los nombres que la gratitud ha perpetuado en bronce: los de Maria Francisca Reyes de Palacio, primera directora de la escuela superior de señoritas, José Jerez y os cubanos Francisco de Paula Flores (murto en 1891) y Tomas Estrada Palma.
Bajo la administración de  Bográn  fueron contratados los  profesores españoles Arturo Morgado y Calvo, Juan Guillen y Ruiz Andrés López M. y Benítez Antonia Garbo y Montardo, Juan Lamas Basso, Salvador Rodríguez  y Sánchez, Francisco Cañizares y Mollano, Tomas Mur , Ciriaco Carcillan y Galicia, el doctor en Ciencias Manuel Montorio y Pérez, el Licenciado en Filosofía y Letras Robustiano Rodríguez Hernández y Francisco Martos  de la Fuente.   
Fue entonces cuando empezó, ese su modesto colegio de Danli, su tarea magnifica don Pedro Nufio, el maestro que entrego más  de un cuarto de su existencia  a su auténtica vocación de maestro. Su figura esta rodeada e fulgor. Sabía profundamente  y sabia enseñar como pocos maestros de la América española. A una cultura siempre renovada, que la permitía conocer  los últimos progresos de la ciencia, unía extraordinaria capacidad para construir los instrumentos que le permitían redondear sus explicaciones. Catedrático que conocía la Mecánica, la Electricidad, la Fotografía y el Dibujo; varón en cuya limpieza moral se veían sus discípulos como en un espejo, logro realizar uno de sus sueños cuando se inauguró en Tegucigalpa la Escuela Normal e Varones. Dominaba sus oficios; tenía la humildad  el verdadero sabio. Su Cátedra  de Física era fascinante.
Entre los maestros que recibieron educación en el Instituto Pedagógico de Santiago de Chile, dos se consagraron totalmente a su ministerio: Pedro P. Amaya y Luis Landa, y hay que hacer mención de otros que han brillado en la cátedra universitaria como en un dolió: Rafael Alvarado Manzano, José Maria Gonzáles y Marcos López Ponce; Miguel Ramírez Goyena, el sabio nicaragüense que enseñe Botánica. Y mas tarde el chileno Manuel Soto organizo las escuelas primarias bajo el régimen de Bertrand; su compatriota Orfilia Lagunas Vargas, dirigió la Escuela Normal de Señoritas; y los guatelmatecos  J. Inocente Orellana, Samuel Guevara, Julio C. Cordero y Manuel Saravia, que ocupan el sitio de honor en el mismo ambiente en que han sabido distinguirse Ernesto Fiallos, Esteban Guardiola y Félix Salgado.
La ultima nota que ha venido a enaltecer este capitulo de historia corresponde a la Escuela Panamericano  de Agricultura que se ha fundado cerca de Tegucigalpa, bajo la dirección del distinguido especialista en botánica tropical Mr. Wilson popenoe, con el dinero proporcionado por la United Fruit Company.


ALGUNOS ESTUDIOS

En esta semblanza deben ser mencionados aquellos hombres de ciencia que podrían incorporarse a la obra hispanoamericana: José Gimbert, José Lino Fábregas José del Valle, Francisco Cruz y Luis Landa.
Gimbert, valenciano, de la orden franciscana, autor de “Virtudes de las Hierbas de Honduras”, fue guardián del convento de Granada en Nicaragua y “excelente medico de indios” (Beristain).
José Lino Fábregas, nativo de Tegucigalpa y Jesuita de Tepotztlan, en México, es el autor de la “Interpretación del Códice Borgiano” editado por Lord Kingsborough, mas tarde por el Duque de Loubat y también por el Museo Nacional de México (1900). Dice Chavero: “Al hacer Fabregas la explicación de este Códice,  sorprendió ciertamente muchos de los portentosos secretos de los mexicanos, que tanto asombro pusieron en el animo del Barón de Humbolt. No hizo lo mismo en la parte teogonica, pues tiempos fueron los suyos en que se podían desprender los escritores de las preocupaciones religiosas, que los llevaban fatalmente a buscar en todo concordancia con el relato bíblico. Además, la ciencia analítica de las mitologías no se había desarrollado  por entonces; ni tuvo aquel interprete mas objeto que la exposición de la cronología, consignada en los jeroglíficos de este Códice”.
José del Valle (1777-1834) es la más alta personalidad intelectual en la historia de Honduras. Educado en la Universidad de Guatemala, ocupo cargos distinguidos, bajo el régimen español, desde el Asesor del Real Consulado hasta Auditor de Guerra; redacto el Acta de Independencia de Centro-América; paso a  México a ocupar una curul e Diputado en el Congreso del Imperio y en el sobresalió por su sabiduría y elocuencia, llegando  a  ser  Secretario de Relaciones Exteriores. A su regreso a Guatemala el resto de su vida transcurrió entre las turbulencias de la política y las dulzuras del retiro en su biblioteca. Fue el hombre de estudio mejor preparado, mas al día, que hubo en su tiempo en Centro América, y su curiosidad le sometió a numerosas disciplinas: la economía, las ciencias políticas, la sociología, la biología, el periodismo. Había recibido la influencia mental de José Antonio de Liendo y Goicochea, el reformador de la enseñanza universitaria; y además  de poseer las dotes de estadista, se preocupo, singularmente, por el estudio de la realidad americana, por el mejoramiento científicos de los desheredados, y, sobre todo, por la suerte del indio, y anticipándose a otros pensadores de este continente, hablo de la necesidad de una confederación de las Republicas americanas y que se organizara una expedición  científica en la cual todas ellas cooperaran, sostuvo correspondencia con Jeremías Bentham, sus anticipaciones sobre muchos de los temas agudos de nuestro tiempo siguen fulgurando en su ideario; y su elegancia espiritual no ha podido hasta hoy, en los cinco países que le respetaron y le admiraron, parangonarse con la e otros pensadores que salen de los  libros hacia la vida.
Francisco Cruz (1820-1894) es a el autor de la “Flora Medicinal De Honduras” y “La Botánica del Pueblo”, libro en que supo reunir muchas de las mas interesantes  noticias de la sabiduría popular y orientar en el conocimiento de algunas de las fuentes de riqueza inexplorada, poniendo al servicio de sus contemporáneos los hallazgos que hizo en el laboratorio al aire libre en que, sin instrumentos científicos, el estudio sabe encontrar el dato que habrán de sistematizar sus sucesores.
Luis Landa ha escrito varias monografías que enriquecen el inventario botánico de Honduras y que, al ser congregados en libros, servirán de primera mano a quienes mas tarde construya la tabla de valores de América.
Nada por hoy en las ciencias físicas y matemáticas, ni en las de espíritu. Algo para las antropologías, cuando sean revisadas, por ejemplo, las investigaciones lingüísticas de Alberto Membreño: “Hondureñismos” (1897) “Aztequismos de Honduras” (1907). “Nombres geográficos Indígenas de la Republica de Honduras”(1908). Ha recogido datos para el folklore Rodolfo Rojas y sobre los grupos indígenas Francisco Landero y Fernando Blandón. Lo mejor a este propósito se debe a extranjeros como William V. Wells, el de “Exploration and adventures in Honduras” (1857), George E. Squier, a quien la etnografía y la historia adeudan libros valiosos, Wama oe Adventures on the Mosquito Shorer”(1855), “Apuntamientos de Honduras y San Salvador” (1856) y “Honduras descriptive, historial and statistical” (1870). Los arqueólogos han publicado; George Byron Gordón “Prehistoric ruins of Copan” (1891-95) y “Researches in the Ulloa Valley” (1896-97); Thomas Gann “Mounds  in Northern Honduras”, Sylvanus  G. Morley “Inscriptions at Copan”, Rodolfo Schuller, que estudio a los lencas; Edward Conzemius, que reunión exelentes informaciones de los jicaques y los mayas, así como Kart Sapper sobre los jicaques; Paul C. Stanley autor de “Flora of the Lancetilla Valley” y Doris Stone cuyo ultimo libro “Arqueología de la Costa Norte de Honduras” (1943) es documento fundamental.

LOS HOMBRES DE LETRAS

Bajo la dominación española hubo varios hombres de letras: el Obispo Cristóbal de Pedraza, el Obispo Galo, cuya “Descripción y Noticia de Honduras” remitió al Rey el 28 de julio de 1620 y vio original Gonzáles Dávila, los franciscanos Francisco Andrade, Francisco de Santelices, Esteban de Verdelete, Martín de San Antonio Moreno, Bernardo Espino, y, naturalmente otros que algún día serán relevados por el investigador.
En un siglo de vida independiente han aparecido escritores de la talla de José  el Valle, Francisco Morazán, Álvaro Contreras, Celeo Arias, y Policarpo Bonilla. Entre los periodistas que han participado en las vicisitudes de la política aparte de Valle y
Contreras, Adolfo Zuniga, José Maria Aguirre, Francisco Cáliz, Francisco Cáceres, Miguel Ángel Navarro, Jun Ramón Molina, Paulino Valladares, Timoteo Miralda, Juan Maria Cuellar, (1861-1921), Augusto C. Coello, Adán Canales (1885-1925), Salatiel Rosales. Matías Oviedo y Alfonso Guillen Zelaya. En los diarios de  “La Paz”, “Diario Tiempo”, “Diario De Honduras”, “La Profilaxis Política”, El Nuevo Tiempo”, “El Cronista”, “La Tribuna”, y “El Pueblo”, queda el rastro de sus polémicas. Valladares ha sido el más leído a la vez que el de mayor enjundia. Toda la producción de Salatiel Rosales aguarda la hora de que se le compile para perpetuar así el nombre de un escritor que mantuvo trato asiduo con las ideas contemporáneas y supo elaborar su estilo.


LA LITERATURA DIDACTICA

Se inicia en Honduras este genero con las “Lecciones de Física” del Padre Reyes. Algo abundante ha sido la producción: “Elementos de Geografía de Honduras” de Eduardo Viada, “Raíces Griegas Y Latinas” Esteban Guardiola, “Apuntes De Gramática Latina” de Antonio R. Vallejo, “Elementos E Pedagogía” Miguel Norazan, “Geografía De Honduras” Antonio E Bones Quiñones “Química Y Mineralogía” Carlos Bonilla, “Geografía Ilustrada De Honduras” Eduardo Martínez López, “Nociones De Pericultura” Manuel Zuniga “Guía Histórica De Honduras” Y “Lecciones De Botánica” Perfecto  Bobadilla, “El Dibujo De La Escuela Primaria” Enrique Galindo, “Geografía  De Honduras” Rubén Atunez, “Lecciones De Fonética, Prosodia Y Verificación Castellana” Alejandro Arriaga “Economía Rural” Joaquín Burgos y los libros de lectura preparados por Miguel Navarro hijo de J.J. Castro y Carlos Aguilar P. Federico Gonzáles, etc.

LOS ORADORES

La oratoria señala entre sus mejores figuras las siguientes: José  del Valle, Álvaro  Contreras, Adolfo Zuniga, Ramón  Rosa, Miguel Ángel  Navarro y Alberto Ucles.
Valle fue una de las voces más respetables y aplaudidas en el Congreso Mexicano de 1823. Cuando la anexión de Centro- América  le obligo a ocupar una curul, y supo distinguirse por la sobriedad de su palabra, que , unida al fuego ideológico, le permitió ostentar luz  propia. Sus discursos carecían en énfasis, pero conquistaban al auditorio por la madurez de la doctrina y la claridad de exposición.
En los días febriles de Centro-América hizo vibrar sus clarines verbales Álvaro  Contreras, cuyo mejor discurso centroamericano-, fue el que pronuncio al inaugurarse la estatua de Morazán  en San Salvador (15 de septiembre de 1882). Mas sonoro, retórico, sacudido por la efusión, de aguda y viril ideología, fue Ramón  Rosa, que fulgurar la llama del trópico en cláusulas tintineantes, coloridas, en las que se nota la influencia del Cautelar. Quizás el discurso que pronuncio al inaugurarse la Universidad Central, fue su triunfo mas sonado. Después de el aparecieron Ucles, enamorado de las paráfrasis, graciosamente difuso y erudito; y Navarro, que en el congreso demostró su fibra de verbo-motor, su cáustica ironía.+
Entre los oradores sagrados debe mencionarse José Trinidad Reyes, Samuel Escobar, José Leonardo Vigil y Alberto Medina, el último e ellos educado en Roma.
La Universidad de Honduras se enorgullece de varios jurisconsultos de primer orden. Antes de que fuera fundada surgió José  Cecilio del Valle, y en el fragor de la lucha política  siento cátedra entre los legisladores, disertando sobre los problemas que podrían  adueñarse de su mente de estadista. Sus mejores escritos: “Código Legislativo”, “La Legislación Española”, “Apuntes para una Memoria o Ensayos sobre la Jurisprudencia Criminal en las relaciones que debe tener con la Anatomía y la Fisiología”, “Principios de Gentes que deben respetar las Republicas de América para ser felices y no entorpecer su marcha política” y “Juicios sobre las Instituciones del Derecho de  Gentes” del Dr. Álvarez.
La primera ley orgánica de justicia y reforma agraria fue expedida  siendo Jefe del Estado don  Joaquín Rivera (1835). Bajo la admón.. del General Rivera se “mandaron observar la Novísima Recopilación, las Siete Partidas y las Ordenanzas de Minería y Militares en todos los casos no comprendidos en las leyes emanadas del Poder Legislativo de Honduras desde 1841”. Mas tarde el Lin. Taddeo Lima redacto los proyectos del  “Código Penal” (30 de octubre de 1847) y el Código Civil (3 de marzo de 1848). Dos jurisconsultos renombrados fueron Máximo Soto,  Medico Legista y Justo Pérez. En 1864 la Asamblea nombro una comisión para que redactara los Códigos del Estado, formada por Inocente Bonilla, Valentín Durón, Pio Tranquilino Ariza y Martín   Ucles; “pero no se emitieron los códigos aunque la comisión cumplió su encargo”.
Los Códigos  Civil, Penal, de Procedimientos, de Comercio y de Minería que habían elaborado Adolfo Zuniga y Alberto Ucles y el general Enrique Gutiérrez, fueron puestos en vigor durante el régimen de Soto (27 de agostode1880). “En esta legislación se restablecieron importantes reformas –dice Durón- como la absoluta libertad de testar, la prohibición de censos, fideicomisos y de toda clase de vinculaciones y el matrimonio civil, que se dejo a la voluntad de los contrayentes y después fue obligatorio. Una ley especial suprimió los diezmos. Se extinguió el fuero eclesiástico, se secularizaron los bienes de manos nuestras, se estableció el cementerio laico, se implanto la enseñanza laica, y se organizo nuevamente la Universidad bajo un sistema amplio y en Armenia con los últimos progresos de la enseñanza”. También se emitieron el Código  Penal Militar, la  Ley de Tribunales, la Ordenanza y la Ley de Organización Militar y el Código  de Aduanas. Nuevos Códigos entraron en vigencia en las administraciones de Policarpo Bonilla y Manuel Bonilla.
Honduras ha tenido nueve constituciones.
La federación del 22 de noviembre de 1824, y las del 20 de febrero de 1825, 11 de enero de 1839, 4 de febrero de 1848, 8 de agosto e1865, 1º. De noviembre de 1880, 14 de octubre de 1894 (que fue restaurada el 8 de febrero de 1908), 2 de septiembre 1904, y la actual.
En la historia jurídica no pueden faltar los nombres de Ramón  Rosa, Rafael  Alvarado Manzano, Vicente Ariza Padilla, Policarpo Bonilla, Ángel  Ugarte, Cesar Bonilla, Mariano Vásquez , Presentación Quesada y Alberto Membreño.

        
LAS INVESTIGACIONES HISTORICAS

Todavía no se ha hecho una compilación de documentos históricos los fundamentales-para conocer muchos aspectos de la vida social, económica y política  del país. La investigación en los archivos nacionales se inicio cuando el Dr. Antonio R. Vallejo, (1844-1914) recibió del Presidente Soto la comisión  e organizarlos y catalogarlos en Comayagua. Además del Archivo Nzciocal, hay muchos materiales dispersos en los eclesiásticos y en los municipales. De gran utilidad ha sido, al publicar documentos inéditos, la “Revista del Archivo y Biblioteca Nacional” que el doctor Esteban Guardiola fundo en 1904 y sigue dirigiendo.
 El Dr. Vallejo publico varios libros en que dio a conocer  noticias inéditas muy valiosas además del “Compendio de la historia social y política  de Honduras”.
Figuran en su rico haber: “Colección de las Constituciones Políticas de la Republica de Honduras se ha decretado en las 56 años  que lleva de independencia” (1878), “Índice Cronológico de los tratados, convenciones, capitulaciones, armistico, dietas, protocolos de conferencia, cuestiones de limites contrato  de Ferrocarril Interoceánico y otros actos diplomáticos” (1889) e “historia documentada de los limites entre la Republica de Honduras y las de Nicaragua, El Salvador  y Guatemala” (1905).
La hora del Dr. Vallejo fue dignamente continuada por el Dr. Rómulo E. Durón, a quien se debe las obras siguientes;” Honduras Literaria” (1896), “La Provincia de Tegucigalpa bajo el gobierno Mallol” (1904), “Biografía de Presbítero don Francisco Márquez” (1915), “Biografía  de don Juan Nepomuceno Fernández Lindo” (1932), “Nicaragua ante  del rey de España” (1938), “Justo José  Milla” (1904) y “Las Islas del Cisne” (1926), en colaboración con Augusto C. Coello. Fue Durón  un verdadero explorador de un bosque tropical de papeles; y en medio de las zozobras que vive el hombre de estudio en nuestros países; pudo hacer excelente acopio de materiales  que le permitieron dibujar, en parte la fisonomía de muchos acontecimientos.
Ramón  Rosa. Este lo puso a escribir las biografías de José  del Valle (1882), José  Trinidad Reyes (1891) y el poeta guatemalteco Manuel Deguez y Olabery (1889). Habiendo dejado inconclusa la del Gral. Morazán. El doctor Rosa – el pensador específicamente hondureño – tuvo magníficas condiciones para haber dejado una obra mas ante; pero lo poco que hizo, - discursos semblanzas algunos cuadros de costumbres – basta para comprender la magnitud de su talento. Por desgracia, le toco vivir en vías tempestuosa, y las paginas que dejo le sirven de esplendida credencial.
Durante este siglo pueden también señalarse los nombres del obispo de Dr. Manuel Francisco Vélez; el Dr. Martínez López, autor de la “Biografías del Gral. Morazán” (1891) e “Historia de Honduras” (1908); Inés Navarro, que publico “Datos Históricos  y Geográficos sobre el municipio de Comayagüela” (1900) y Jeremías Cisneros.


TEATR0 Y NOVELA

El Padre Reyes cuyos nombres sobresale cuando se habla de cualquier empresa cultural en Honduras es el más distinguido autor teatral si bien la critica tendrá que apreciar su obra como la de un modernismo trabajador que movía los inocentes muñecos y la humildes escenografias con la curiosidad de quien quiere expresar ideas y dar consejos. Sus doce pastorelas fueron recogidas y editadas por el Dr. Durón  (1905) y según documentos literarios de primer orden, así  como el (Teatro Infantil) de Alonso Brito (1909).
Sean publicado las selecciones “Honduras Literaria” por Durón  y “Antología de poetas hondureños” por Jesús Castro (1939).


LOS POETAS
 
Honduras es uno de los países hispanoamericanos en que abundan los que escriben versos y escasean los que hacen poesía.
El patriarca de la lírica es Reyes, nutrido en las esencias del acendrado clasicismo e iluminado por llamas celeste.
Casi todo el siglo XIX las calandrias se ahuyentaron, como asustadas por el furor de larga noche; y hasta que sonó la hora de la reforma iniciada por Soto, apareció un joven que fue promesa valiosa: Manuel Molina Vijil (1853 – 1883) como habría de serlo con idéntico infortunio, pues los dos se suicidaron José  Antonio Domínguez (1869 – 1903). Con ella se hace acto de presencia el romanticismo y pasan por el escenario de la vida como fantasma entre niebla y llanto. Cuando el primero alternaba en los salones con Joaquín  Palma y Alberto Ucles, acudía a los corazones con las músicas de Zorilla, transportándolo a esos mundos inefables en que el amor esta rodeado de Madreselva.
Otro protector de los escritores fue el presidente Bonilla; entre ellas figuraron Domínguez, Froylan Turcios (1875 – 1943) y Juan Ramón  Molina (1875 – 1908). La  fundación de la sociedad “La Juventud hondureña” (1895) en que se reunieron los jóvenes que persiguieron a su vez las primeras ráfagas del modernismo, hizo posible que Molina y Turcios sobresaliera por haber encontrado en el periodismo un refugio estratégico.
Molina es uno de los poetas Centroamericano de mas vigoroso numen, y fue a la  vez de un terrible contendor de las polémicas  de prensa, y un prosista que bajo la hermosura  marmórea de la palabra que hizo fluir la sangre. En “Tierras, mares y cielos” (1913) dejo las muestras de su orgullo y de su vanidad, y en el “Diario de Honduras” y “Diario de El Salvador” ese oro que se dilapida en la ganancia de del pan de cada día. Enrique González ha dicho el, “La gracia de Darío ha tocado el corazón de Molina, y a ese tono y a ese acento nuevo debe el poeta hondureño sus mas bellas realizaciones. No hay en los poemas de Molina imitación verbal, sino resonancia espiritual del nicaragüense; pero es imposible desconocer que el canto de Darío  los ha fecundado. Y yo prefiero, entre los poemas  de  “Tierras, mares y cielos” los que sin dejar de ser personales, delatan aquella influencia espiritual. En los sonetos y en la composición “Una Muerta” de hondos temblores elegiacos está la obra mas pura y mas lograda del poeta hondureño, no solo en el sentido de la emoción, sino de la forma”.
Froylan Turcios fue, mas que un poeta, un maravilloso coleccionista de pájaros raros y de pedrería vehementes; y el los distribuya a través de sus revistas, seleccionándolos, mostrándolos en airosos escaparates. Las mejores páginas de sus autores predilectos se hallan en “Revista Nueva” “Esfinge” “Hispano-América” y “Ariel” que tuvieron gran publico en nuestro hemisferio y le permitían ser un coordinador de la amistad Inter.-americana y orientador del gusto literario. Dejo varios libros en los que aprisionó confidencias, presentimientos y hasta supersticiones: “Mariposas” (1895), “Renglones” (1899). “Hojas de otoño” (1904) “Tierra Maternal” (1911), “Floresta sonora” (1915), “El Vampiro” (1930), “Cuentos del amor y de la muerte” (1930), “Flores de almendro” (1931), “Paginas del ayer” (1932) y el mas lleno de calor humano, de risa y de melancolía: “Memorias”, que promulgan sus dones de conversador cautivante  y se hallan impregnadas de fuego del trópico, ventiladas en el aire misterioso de los pinares hondureños y a la vez sacudida por una fantasía que atropellan los “caballitos de San Vicente”, los ojos de agua y las niñas campesinas. Hizo periodismo fue cónsul y diplomático. Turcios fue un escritor que logro abrirse a puño cerrado las puertas del renombre; y uno de los paladines del modernismo en Centroamérica, que sobrevivió a su fama.
Después de Turcios la historia literaria recoge los nombres de varios escritores que han sabido poner su poesía al unísono de la sencillez: Augusto C. Coello, Luis Andrés Zúñiga, el autor de “Fabulas” y “El Banquete”, Ramón  Ortega el de “El amor errante”,Jorge F. Zepeda busco en las fuentes del regionalismo la raíz de sus “Ritmos” y “Colores de la tierruca”. Adán  Coello y Nicasio Gallardo pasaron meteóricamente.
En este itinerario de la pasión hondureña por las letras y de fe en el progreso, se ve con claridad la presencia de 4 animadores: Reyes, Rosa, Turcios y Esteban Guardiola. En el ultimo de ellos se han sumado la pasión  fervorosa y el rendimiento incondicional con que los otros imbuyeron a las nuevas generaciones el deber de estudiar todo lo que la tradición, la emoción  y el genio peculiar del terruño y ofrecen a quienes traten de hallar lo universal mínimo; y gracias  a Guardiola ha sido posible que muchos de los que le escucharon en la cátedra  siga sintiendo la misma influencia de su magisterio desde las columnas de su revista en que ha sido su mas austera preocupación el enaltecimiento de los pocos nombres que han contribuido a poner a Honduras en un sitio de honor.
Así  en las letras del continente han podido sobresalir algunos nombres, no así  en las artes. Los eruditos hablan de las misas y de los villancicos que compuso el padre Reyes una de ellas  “El Tancredo” y, mas tarde, hacia 1870, se menciona a Pio Matamoros, director de una orquesta, y al maestro de capilla y violinista don Miguel Ugarte. Se incluye entre los compositores de valses y mazurcas a Felipe pineda, Gabriel Sierra y Nicolás Zuniga, y de algunas músicas  sagradas a Santiago Zelaya y Agustín  Mariadaga. Quien ha tenido más preparación  y vocación es Manuel de Adalid y Gomero, autor de páginas escritas sobre flores sentimentales, a la luz de la nostalgia.
Entre los arquitectos apenas son mencionados Gregorio Nazianceno Quiroz, que intervino en la construcción de la Catedral de  Tegucigalpa, (principios de 1700 y terminada1715); pero no se precisa quienes fueron los constructores de la Catedral de Comayagua, el Castillo de Omoa y el Puente Mallol. Y por ultimo ¿Qué pintores hubo entre el tegucigalpense, José   Miguel Gómez, que floreció a fines del XVIII, y Pablo Zelaya Sierra (1896-1935), que fue hasta Madrid en busca de su Europa prometida, paso hambres y volvió a morir a la tierra natal?
México, 1944