lunes, 21 de marzo de 2011

EL LIBRO O LAS FORMAS DE LA MEMORIA


                             Jorge Luis Oviedo



    De los libros de piedra, como la escalinata jeroglífica o las estelas de Copán, de los pergaminos y papiros que quemó Omar en la biblioteca de Alejandría, de las enormes páginas de los códices mayas y aztecas al surgimiento de la imprenta de tipos móviles primero, y a las páginas electrónicas actualmente, el libro ha cambiado, únicamente de forma, pero ha permanecido, en su ser esencial, como un dios, inalterado.
    Y es que el libro no es por el soporte (piedra, barro –crudo o cocido–, madera, papel, piel, plástico, cuarzo líquido, cristal de roca, arena de playa, aluminio, acero inoxidable, o como lo fue desde siempre, tradición oral), sino por la unidad de su contenido, por el pensamiento que lo nutre y le da sustancia.
    ¿Acaso la Biblia (libro de libros) no está conformado por muchos libros que en otros tiempos fueron parte de la memoria de un pueblo? ¿Y nuestro Popol Vuh, no era acaso libro real antes de ser plasmado por escrito en quiché con caracteres latinos para ser traducido luego al castellano, al francés y todas las lenguas en que hoy se lo conoce?
    Hace ya casi medio siglo Ray Bradbury, fabuló maravillosamente algo en torno al libro y más que al libro a la memoria de los hombres. En su novela R.B. nos presenta a los bomberos ya no dedicados a apagar fuegos, sino a quemar libros; porque en ese mundo del futuro los dirigentes de la humanidad habían descubierto una forma de hacer feliz a la gente: evitar pensar o reflexionar. Por esa razón los bomberos en vez de sofocar incendios quemaban los libros, porque estos hacen pensar a la gente y, por tanto, provocaban infelicidad. Al final el héroe de la novela, un ex bombero, perseguido por sus colegas, logra evadir los cercos de la ciudad y descubre, en la selva cercana a la urbe, a decenas de individuos que portan en su memoria, los grandes libros clásicos.  Son los guardianes del tiempo y la memoria, los archivos vivos, que recitan para los demás, libros completos o pasajes de éstos, como seguramente alguna vez recitó, Moisés, el Génesis o  Homero, pasajes de la Ilíada.
    Y es que la palabra, por sí misma, no es nada, se queda sin sustancia, en cambio como parte de una historia es otra cosa, adquiere cuerpo, espacio, dimensiones temporales incluso; es alguien, un pensamiento desarrollado, una idea plasmada, una historia contada, y ya no importa si sobrevive a través de la tradición oral o por medio de la escritura en cualquier soporte, sea éste de barro, piedra, papel o cuarzo líquido.
    En este caso es totalmente válido aplicar aquello que Maquiavelo recomienda para algunas decisiones político-militares: "el fin justifica los medios". En nuevas palabras, en lo que respecta al libro o al desarrollo de una idea a través del lenguaje verbal: El fin justifica el soporte.
    El libro impreso o el manuscrito, sin embargo, tienen a pesar de todo, al menos para los que nos gusta leer, un efecto particular, y es que a través del libro entra uno en un diálogo muy íntimo, particular (no interactivo) sino unidireccional que lejos de aplacar la imaginación, la expande.
    Y en este caso hablo particularmente, de un tipo, muy especial de libros, los literarios.
    No habrá realidad virtual, juego, diálogo, interacción, etc. capaz de suplir el goce que provoca la lectura imaginativa; porque ceder a ese goce, es asumir la posición del pasivo espectador de telenovelas amorosas, del cinéfilo de películas denominadas de  acción (melodramas), etc.
    Releer a Quevedo o a Borges, a Homero o Cervantes es siempre una experiencia nueva, no le queda a uno la sensación del juego manual o electrónico que una vez que lo dominamos nos aburre.
    Que don Quijote se podrá leer en las páginas de una reproductora electrónica de juegos y palabras dentro de algunos meses o años, no me cabe duda.
    Que las próximas generaciones se habituarán más a los olores de los aparatos electrónicos que a los de la tinta y el papel como nosotros, eso también es posible (como los conductores de autos nos habituamos al olor del caucho recalentado y no al de los sudores del caballo y al cuero de las monturas como nuestros abuelos), pero los libros siempre estarán allí y la lectura, seguirá siendo íntima, personal: en el avión, en el tren, en el autobús, en el servicio sanitario, en el estudio o en la oficina, sin importar el soporte que sirva para establecer ese necesario diálogo en privado, en solitario; porque el don de la lectura, más que un hábito es eso, un don, una especie de rito y privilegio personal a la que no todos renunciarán en el futuro, como bien ha ocurrido en el siglo actual, ni el cine, ni la radio ni la televisión ni ninguna otra forma de comunicación electrónica, será capaz de hacernos renunciar a esos dones.

8 de Mayo de 1997
    
    
    

sábado, 5 de marzo de 2011

TERMINOLOGIA LITERARIA

terminología literaria

PADRE (poema)


       Jorge Luis Oviedo



yo nunca sufrí por frío
yo nunca sufrí por hambre
porque vos eras mi dios
en mi pequeño y seguro paraíso
por eso nunca me  fui
al temprano exilio
como Adán y Eva
a buscar el pan
que nunca ha faltado en casa
(otros hijos de sus padres
jamás podrán decir lo mismo)

bajo tu sombra
fresca
como el aroma
que el viento arrastra de los pinos
era fresco el verano

con tus abrazos
tibios y tiernos
era cálido  el invierno
quién si no tú me enseñó
lo que es el paraíso
bastaba con alargar la mano
para encontrar los frutos
y ninguno era prohibido
mangos magníficos
enormes
y de un amarillo encendido
la concha parecía de oro
y la pulpa jugosa

los delataba el olor

la casa jamás olía a rincón
a la humedad de las aguas podridas
sino a frutas
a frutas de todos los días
a frutas de tu paraíso escondido
cosechadas de los árboles
que tu mismo habías plantado
y les habías dado un nombre incluso
para distinguirlos
para que supieran que les tenías afecto
para que se distinguieran
de los otros árboles
de los que crecieron solos
sin padre y sin cariño
como niños  huérfanos
a la buena de Dios
y que tratabas como a hijos

y los árboles
como si entendieran de amor
para devolver el cariño
los cuidados
la tierra aporcada
el estiércol
que vos mismo cargabas
y a veces yo
(entonces era tan chico
pero te seguía más que tu sombra
por aquellos caminos)
te ayudaba a estorbar
para que comieran los árboles
y les brillaran las hojas
y olieran más intenso sus flores

y al final
al cabo de los años
mientras yo seguía
pequeño
ellos habían crecido
y daban más frutos
todos los años
contentos contigo


y tú nos decías:
“son agradecidos
los árboles
y los animales
son agradecidos
el mundo es agradecido”

yo recuerdo un árbol
de aguacate
vos mismo lo injertaste
y luego que salió el retoño
me lo enseñaste
y no había día
que no lo mimaras
como si fuera un niño
como me mimabas a mí
como mimabas a Cito
a Bel
a Luz
a Ceci
a Francisco 

cargabas el agua
( el agua es la vida decías)
cuando de sed y tristeza
se le apagaban las hojas
y se ponía marchito
en los días más secos del verano

y cuando se hizo grande
dio unos frutos enormes
que la gente decía:
“pucha, don Tito
son tan grandes como los que
Chimayo inventa en sus cuentos”
y era cierto
y les brillaba  el verde en la piel
tan fuerte
tan profundo
tan de sí mismo
como el de una esmeralda
hecha fruto

yo me los comía vacíos



yo conocí el paraíso
en aquel huerto
que llamábamos El Solar

después me preguntaba ¿por qué
un nombre sin nombre
un nombre tan vago
para un lugar tan hermoso?


yo crecí con los arboles
yo despacio
ellos ligero
hay una foto mía con ellos
mi cabeza era aún más chica
que las enormes naranjas
y tú  siempre pendiente
y nos alcanzabas las más jugosas de todas
y con una navaja le quitabas la cáscara
y la cortabas de forma
que uno exprimiera el jugo con ganas


cómo no recordar los días
cómo no recordar las noches
cuando llegabas cansado
de reparar  las cercas
de curar las vacas
de buscar los caminos del agua
para que los animales
tuvieran siempre donde guarecerse
en los días más secos
y  nunca  te ibas
por ahí
como  los otros
sino que te quedabas
leyendo
siempre leyendo
a la luz de una lámpara
devorando página tras página

tú me enseñaste a creer
sin muchas palabras
sin grandes discursos

tu ejemplo
bastó y sobraba
por eso hoy
hasta Dios
a veces
me sobra y me basta
porque me enseñaste
cómo se planta un árbol
cómo se levanta una casa
cómo se sostiene una familia
cómo se quieren los hijos
y se lucha para que sobresalgan

y cómo
sin grandes hazañas
un poco hoy
y otro poco mañana
se transforma el mundo
sin recurrir a las armas


qué habría sido de mí
débil como era
inocente como era
ciego de todo saber
sordo de toda luz
si no te hubiese tenido
padre
por la mañana
para desanudar el alba
y por la noche
para anudarla


qué hubiera sido de mí
niño como era
temprana carne liviana
frente al río de las aguas bravas
ante la imprevisible arena
si no hubiese tenido en ti
el brazo fuerte
que no fallaba
y la confianza
la fuerza interior
la seguridad
que tú me dabas


qué habría sido de mí
si una mañana no te encontrara
padre
quién me habría dicho entonces
cuál era la estrella
que yo buscaba





que Dios te bendiga
padre
que te renueve fuerzas
que te dé el vigor aquél
que te sobraba
cuando yo era niño
y conmigo jugabas


que Dios te prolongue
padre
hasta que tú lo quieras
la vida
que te la prolongue buena
que te la prolongue alegre
que te la convierta en fiesta
porque te lo mereces

te mereces también
 la gloria
aquí en la tierra
para que disfrutes
la sangre nueva
de toda la descendencia
en que te proyectas



dónde está
la sombra más amplia
de dónde bajan las mejores aguas
las más puras
las más claras
dónde el frío no cala
ni en las más duras madrugadas
dónde el verano se aquieta
y el calor se apaga
y renuevan las fuentes
los caminos del agua
dónde es que no llega la peste mala
y corren libres los niños
con plena confianza
y suben los cerros
bajan las verduras 
de la tupida montaña
dónde es que uno está
como en las riberas de un río
de cristalinas aguas
y soplan los vientos
los íntimos vientos del alma
dónde es que más cantan los pájaros
y ríen los niños
y danzan las aguas
y trinan los aires
y silban los árboles
y dan sus frutos con más ganas
solamente a tu lado
padre
abuelo del alma


octubre - diciembre, 1998